18 éxitos para el verano

Mauro Lo Coco

Buenos Aires - 2012

146 páginas / 14 x 20

ISBN 978-987-26279-3-5

los ángeles

 

no es una buena confitería la que elegís

pero

son ricas las medialunas de grasa

dentro de todo a buen precio

la moza es simpática

yo qué sé

me parece que está bien tu elección

 

pega con vos

 
18 éxitos para el verano, por Omar Chauvié en Otra Parte
 

Los éxitos de verano se demuelen a sí mismos a fuerza de reproducciones, se gastan. Los poemas de este libro buscan ese tiempo, ese ambiente, ese clima que propone menos obligaciones, reflexiones sin mayores compromisos, y se constituyen a partir de un estado de la lengua que tiene las condiciones de los hits estivales; de manera deliberada, se busca una consistencia gastada del lenguaje. Esa materia prima nos obliga a sumergirnos en una cotidianeidad que parece intrascendente; se vuelve necesaria una liviandad de aproximaciones para contar historias sin rumbo. Las relaciones se ordenan en torno a tópicos aparentemente triviales, en un repertorio de alocuciones trilladas, pero siempre asentados en cuestiones basales como la necesidad o la subsistencia; aparece y reaparece la comida, que necesariamente tiene que ser barata, porque en ese plan la condición de las cosas se mide a partir de su precio.

En ese magma se construyen situaciones donde se repiten preocupaciones tangibles, con el dinero como eje: las formas de obtenerlo, de conservarlo o de perderlo (un tachero que saca la cuenta del uso que le dará a la propina que le dejan los turistas japoneses, los Casolatti que perdieron las propiedades y el negocio del padre, la indignación por el fracaso con la heladería Frahel –“un local bien puesto, precios buenos”–, el sueldo de visitador médico de Rubén que se deprecia, ese barrio que “se encareció mucho / con los radicales”). Es material que se acumula, pero también se gasta; se desperdicia el soporte billete, se derrocha el capital ganado o acumulado y, en vínculo casi natural, se asocia al engaño y la trampa (“cuando lo conocés te caga / es así, no es malo / te tiene que cagar, si no no sería el tano”), pero también a la precariedad del trabajo (“te vamos a hacer de planta”). El resultado es una suerte de fisiología de los sectores medios –cómo se mantienen, se sustentan, se alimentan–, con personajes agotados en un recorrido que aparece siempre individual, sin visos colectivos.

Lo Coco indaga en un material de movimiento permanente, en una jerga sometida a un tratamiento abrasivo: lo que encuentra es una lengua esmerilada, esa que en apariencia sólo puede transitar por formas utilitarias, por el llano de lo estrictamente comunicable; con ese habla mínima se atraca a los temas menores, pobres, y busca deliberadamente los abordajes enfatizando sus aspectos triviales; así, con esas hablas limadas, se ensamblan los personajes.Son registros del idioma tramado en lo cotidiano y en la amistad; se escribe como ejercitación y adiestramiento de las relaciones, esa lengua gastada es juntura; es la que amalgama la situación de los amigos que aparecen perdidos en la nada.

La voz del poeta se disgrega: ¿quién, quiénes, cuántos hablan? Es un conjunto que no alcanza a conformar un nosotros, individuos que muchas veces danzan en un horizonte incierto, con la anonimia del dinero que pasa de mano en mano; hablan en el uso anónimo de las palabras gastadas de la comunidad, las de esa dicción –casi una respiración– conurbana, desconocidos de siempre que hacen guita en la dimensión mínima del día a día, anónimos como esos éxitos del verano que ya no sabemos a quién pertenecen, en una lengua de subsistencia que conforma una eficaz estética de manutención, productora de un mundo consistente en las inconsistencias de lo cotidiano.

 

 

 

18 éxitos para el verano/Entrevista, por Gabo Baigorria en Indie Hoy

 

Para darse una idea del estilo de “18 éxitos…” sólo basta con leer los títulos de algunos de sus poemas: “tuvimos un perro esas vacaciones”, “morón gana más de visitante”, “aunque no estaba pensando en nada”, “son situaciones y situaciones”, “juli no cambió más”, “de los pibes nada más vi al tuca y al gordo”, “los juanetes le duelen a elsa”.

Los poemas que lo integran parecen fragmentos robados de conversaciones ajenas escuchadas en la mesa de un bar o en plena calle. Son poemas coloquiales, con la potencia de un relámpago y una galería de personajes que juegan con el sentido común más pervertido. Imprudentes en su juicio, pero siempre lúcidos en su decadencia.

Para empezar, ¿podrías contarme cómo y cuando empezaste a escribir?
Creo que escribí algo en la adolescencia, como muchos. Después fue un taller en la Universidad. Esto fue fundamental porque me registraron y le prestaron atención a mi trabajo, nunca había vivido eso. No estaba muy familiarizado con la literatura, así que mucho menos podría imaginarme a mí mismo escribiendo.

¿Podés intentar definir “18 éxitos para el verano”?
Es un libro polifónico, una despedida a la clase media argentina que terminó de desaparecer en los ’90. Es la derrota de una clase en clave coral. Son muchas voces de gente abandonada a la soledad de la desocupación, el tiempo, el pensamiento y la conversación.

¿Y más particularmente el extenso poema “Puro flúo / remix”? La voz que lo cuenta es una voz coloquial, caótica y desordenada, o más bien ordenada caóticamente, como un rompecabezas despiezado que precisa de una visión más panorámica para completar una lectura acabada…
Los poemas del libro son coloquiales. Me interesa la impotencia de la comunicación y los cabos sueltos que dejan los hablantes. Toda esa entropía de subordinadas que no culminan, las marchas y contramarchas explicativas, las palabras atascadas, el discurso referido en directo, son sólo algunos de los accidentes verbales que nos ocurren a los seres que hablamos. El poema está poblado por ellos. Es algo que sucede cada vez que usamos el lenguaje: lo que más hacemos es intervenir levemente fragmentos enteros de discursos ajenos, que vienen hacia nosotros en distintos estados: a veces en estado de pureza, otras muy manoseados. Me divierte evidenciar que vivimos construyendo nuestra identidad hablando una lengua que no nos pertenece.

¿Puede considerarse únicamente el criterio de la extensión para definir a un poema como “extenso”?
Hasta que me hiciste esta pregunta, sí. Ahora que ya me la has hecho, me dan ganas de responder algo más inteligente, aunque claro, la única respuesta es esa. En el caso de mi poética, lo extenso se relaciona con lo exhaustivo y sobre todo con lo inagotable. También algo puede ser extenso por la variedad de asociaciones horizontales que se pueden hacer con el material. Su plasticidad para pasearse por múltiples estados podría considerarse extensa.

En todo el libro eliminás, prácticamente, la puntuación. No sé si tiene que ver solamente con eso pero lográs generar ritmos de lectura personales, activos. ¿Cómo trabajas el ritmo interno de tus poemas?
El ritmo es un elemento indispensable para mi escritura: los silencios son la herramienta de trabajo para que el poema vaya adquiriendo nitidez sonora, si no el pegoteo le hace perder efecto. La palabra, además, tiene sentido si está rodeada de otras y de su ausencia. En cualquier caso, me cuido de no incurrir en estrofas farragosas que no caben en el pecho. Como el libro opera desde la oralidad, eliminé prácticamente todos los signos de puntuación, porque en el habla es sonido o silencio. A lo sumo, uso a veces la coma para significar una suerte de silencio de duración intermedia entre la pausa más breve que hay entre palabras y el hiato más largo que hay entre versos. Eventualmente uso la puntuación para hacer señalamientos musicales, no me interesa su función organizadora del discurso.

El dinero, la comida y la subsistencia son de recurrente aparición en el libro. ¿Por alguna razón especial?
Dinero y comida hacen a la subsistencia. En mi libro anterior hablaba del techo. Son cosas que escasean o cuestan mucho esfuerzo. Cuando faltan, la dignidad se resiente, queda comprometida. Es jodido estar todos los días peleando por necesidades primarias. Me interesa la pena de quienes alguna vez tuvieron otros horizontes más ambiciosos y se encuentran un día peleando por sobrevivir.

Tus poemas parten del vacío, con una jerga que coquetea con los lugares comunes, con un inconciente colectivo, con “lo que se dice en la calle”. Son insignificantes nadas, que se convierten en grandes aventuras. ¿Sos conciente de éste recorrido? ¿Por qué elegís este lenguaje?
No sé si es una elección. Hablo la lengua que me deja hablar, la que se deja usar por mí. Asumo ese fondo vacío de los significantes que se llenan hasta empobrecerse. No le tengo ninguna fe al lenguaje, me encantan sus derrotas. Esas son las aventuras del libro, la experiencia del hombre abatido por un lenguaje que no puede significar su experiencia. Cada uno asume estos fracasos en el idioma que puede. Hablar es comprobar que con el lenguaje no se puede. Pero hasta que no hablás y fracasás no te convencés de eso. Y ningún desencanto te convence del todo, así que ahí va de nuevo tu compulsión al fracaso de expresarte. Uno es incorregible y sigue hablando para su propia decepción.

Una pregunta que no le importa a nadie más que a mí y probablemente no tenga respuesta: ¿existe alguna razón por la que no hay mayúsculas?
La oralidad no tiene mayúsculas, como no tiene puntos ni comas. Es sonido, silencio, acento, modulación y respiración. Si no suman, restan.

¿Cuál es tu ejercicio o rutina de escritura, si es que tenés alguno?
Hay fases. Mientras está germinando, el libro se hace principalmente en el transporte. Viajo mucho por toda la ciudad y el celular tiene todos mis embriones de poemas. En casa no puedo escribir, necesito estar en la calle y en tránsito.
En la segunda fase corrijo. Cada poema tiene al menos 20 pasadas hasta que quede bien. Los leo en voz alta, les cuento las sílabas, los pruebo de muchas maneras, especialmente sonoras. Después, los paso a una mesa que está pintada como un pizarrón, así puedo escribir y borrar con facilidad. Necesito ver el poema a distancia, en grande y como un cuadro. Me lleno de tiza escribiendo, me gusta ensuciarme así, siento que estoy trabajando. Arriba de esa mesa reescribo. Muchas veces le saco foto por temor a perder una versión mejor.
La tercera fase es pasar del pizarrón a la computadora e imprimir. La cuarta es hacerle unas 10, 15 pasaditas a todos los poemas juntos hasta que queden prolijos. Los que están mal vuelven al pizarrón hasta que queden bien.
Generalmente, acompaño este proceso con Chopin y algún amigo más. Y llevo el Tao y a Bilardo siempre conmigo.

¿Pensás que todavía existe una especie de conflicto en creer que la poesía tiene que ser solemne, hablar de cosas importantes o donde solo pueden tocarse ciertos temas y que si vas por otro lado, te tildan de antilírico, como si eso fuera malo?
Me opongo a cualquier deber ser, eso seguro. En la poesía y en la vida. No me parece que nada tenga que ser de ninguna manera. Tampoco me gusta hablar de poesía. No sé qué debería decir. Creo que no entiendo lo suficiente como para opinar.

¿Hay un “saber” que puede aprenderse (o enseñarse) para escribir poesía?
Por supuesto. Es un oficio y hay muchos saberes. Yo aprendí a contar versos, a fijarme en los acentos y en los silencios, a no terminar con bombos y platillos todos los poemas… No me va a alcanzar la vida para aprender todos los trucos y técnicas que debe haber. Y en la parte espiritual también hay mucho para transitar, no sé si aprender es la palabra. Pero esa parte es jodida de abordar porque uno termina sermoneando, así que prefiero hablar de la técnica.

¿La poesía cambió algo en tu vida?
Me ayudó a surfear el desastre. Te enseña a hacer payasadas sobre una ola que igual, más tarde o más temprano, se te va a caer encima. Supongo que esa postergación vendría a ser mi obra.

¿Podés contarme un poco de tus próximos proyectos literarios?
Terminé hace menos de un año un libro que se llama Mi sabiduría es arruinarla. Es un libro simple y en primera persona, con una sola voz. Tenía ganas de hablar llano. Sale en 2015. También estoy preparando un volumen de cuentos: ¿siempre a nosotros nos caga franzoia? Me estoy divirtiendo mucho porque es como hacer palotes de nuevo, no tengo ningún oficio de cuentista.

18 exitos para el verano

“18 éxitos para el verano”, de Mauro Lo Coco
2012, Editorial Zindo & Gafuri
146 páginas

Todo sigue igual, todo sigue igual de bien, por Pablo Gungolo
 

Mirando la comida ya fría,

no creo que esté hecha con amor.

No importa, hoy celebraremos como familia,

que más o menos sigue como quiero yo.

Más o menos bien

(Más o menos bien – El mató a un policia motorizado)

 

A un lugar donde de tanta cotidianeidad subyace la rutina, a una periferia donde fracasos y pequeños triunfos silenciosos de vecinos, amigos y familiares construyen la utopía condicionada de una clase social marcada, en un territorio urbano-conurbano y sus zonas de contacto, a ese lugar remiten los 18 éxitos para el verano: titulo de disco compacto, de esos que contienen canciones pegadizas y una tapa berreta, que explotan una temporada y a la siguiente ya consumidos aún perduran -a veces como reversionados hits-. La idea de los tracks aquí es remplazada por poemas de situaciones donde aparentemente nada importante sucede, un claro ejemplo es “puro remix/flúor” – último poema y de largo aliento, tanto que su extensión equivale a la mitad del libro-  donde tres amigos comparten un día y la compra de una boa para un departamento, sin embargo esta situación es la excusa para que el autor se posicione ante temas más profundos: la muerte, la amistad, la lealtad y el amor con una posición política en un tiempo y espacio bien determinado, ”que linda era esa época/ no había laburo y andábamos en cualquiera todo el día/ sin culpa y sin dar explicaciones/ porque todo el país estaba igual/ lleno de juventud como nosotros/ te juro/ era el mejor momento para ser joven/ cuando nos tocó a nosotros/ no tenias culpa de nada/ y nada te importaba porque igual era al pedo”.

Sin grandes transgresiones líricas ni muchos encabalgamientos el ritmo de los poemas toma un too conversacional, el mensaje limpio se construye prescindiendo de pinceladas metafóricas y las imágenes se montan en la lengua con una simpleza que logra acontecimientos reconocibles, de este modo cada poemas es una fotografía y por lo tanto la imagen es indivisible: «si yo tengo una fiambrería/ y estoy con el queso todo el día/ comiendo queso cortando queso/ esto es lo mismo: // te echan te indemnizan/ comprás un auto, los pones a remisear/ al tiempo estas remiseando vos/ ¿qué vas a querer ir a la costa en coche?

Los objetos son remises, cortadoras de fiambre, heladeras, casetes, pizzas y panchos; las marcas, sanyo, odez, coca-cola, carrefour, paty y los nombres/sobrenombres de los protagonistas, el tano, el gordo, Rubén, Néstor, Elsa son el hilo conductor de las anécdotas. La suma de estos elementos hace de los poemas un lugar cercano e identificable. A partir de esta intimidad se teje un entramado de voces reales que existen y a las que les pasan cosas similares a las del poeta y a mí que escribo su reseña.

Este mundo real creado por el autor, que parte desde el ejemplo a fin de lograr la teoría general retrata en tiempo directo al hombre que nunca logrará ni piensa lograr la gloria como inmaculado concepto, sino en el que piensa en el inmediato y tangible futuro, y las herramientas necesarias para ganar el pan: “te decía que me estoy animando / a hacer cositas de plomería…”, o para olvidar:”hoy estoy decidido a tirar todo/… “la foto de betina también” o para decidir: “da igual/ trabajar/ no trabajar”. Dentro de este paisaje, las voces líricas ponen sobre la mesa fragmentos de sus vidas habituales y su representación con un espíritu de subsistencia: “le pusimos colita pero/ respondía cualquier apodo con tal de comer.” Y como en la vida, es así, aprendemos a ser felices así…

Pablo Gungolo

Mauro Lo Coco

Nació en 1973 en Villa Santa Rita.  Es uno de los fundadores de Zindo &Gafuri, y desde 2015 alma mater y director editorial de Modesto Rimba.

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