ahí lejos todavía

Alicia Genovese

Buenos Aires - 2019

140 páginas, 21 x 14

ISBN 978-987-8320-05-2

Salir

Irme, siempre quería irme. No lo declaraba, ni era demasiado consciente, pero cualquier motivo me empujaba a salir de casa. Comenzó con hechos ínfimos como estar en la puerta y recolectar lo que veía como grandes y extraños sucesos en el movimiento de los otros. Esa vecina alta de la vuelta que pintaba cuadros, paisajes al óleo. Las chicas más grandes que usaban medias de nylon y al pasar dejaban ese olor a maquillaje. Salir entonces era permanecer en silencio en el escalón de la vereda y mirar a esos otros. En una calle de tierra el tránsito de autos es muy pausado, muy lento; no hay peligro y la gente se desplaza también parsimoniosamente. Me sentaba en el porche enmarcado por una hiedra que crecía profusa desde una de las columnas y desde ese umbral del mundo me llenaba de olores y preguntas.

Presentación. 
Por Jorge Consiglio

Ahí lejos todavía, de Alicia Genovese, está escrito a partir de la emoción. Desde ese lugar, desde esa zona de rescate se podría decir —porque la emotividad dispone siempre una dinámica de restitución— se compone la trama del texto. Y esta mirada abre la posibilidad de hacer un par de preguntas. La primera es: ¿Son estos textos autobiográficos? Y la segunda: ¿es pertinente esta pregunta? El límite entre la ficción y lo real es siempre una cuestión problemática cuando se habla de literatura, y en Ahí lejos todavía esta tensión se pone bien de manifiesto. De hecho, la narradora misma, en una de las últimas entradas del relato, dice: “Me pregunta sobre lo que escribo (se refiere a su madre) y le digo que no es poesía, que es prosa, quizás un libro de memorias, una autobiografía, una novela familiar (81)”. Piglia dice que considerar un texto como ficción no depende solo del que enuncia, sino que también importa —y mucho— la recepción y la experiencia del lector. Dice además que: “Quien recibe el relato puede leerlo como ficción o puede leerlo como verdadero, tiene esa posibilidad, ya sea por error o por exceso de sofisticación. El primer caso sería la construcción que hace Madame Bovary de las novelas; mientras que el exceso de sofisticación es el de Borges que tiende a leer como ficción textos que no han sido enunciados como tales”.

En nuestro caso, (me refiero en Ahí lejos todavía) tenemos un relato cuyo sistema causal dispone un imaginario que tiene muchos puntos de contacto con lo que nosotros conocemos como realidad (de hecho, el libro termina con una foto como fuente fidedigna); sin embargo, a mi entender, creo que el lector no se queda nunca pegado con esa lectura: el texto mismo se encarga de desmarcarse y de amasar su carácter connotativo. Uno de los recursos que se usa para conseguir este resultado es la modulación del narrador. Porque si bien es una primera persona la que comanda el texto (y eso está bien claro), esta voz tiene la facultad de desplazarse hacia una segunda (tomando al personaje de la madre como receptor del discurso) e incluso hacia una tercera: dando foco a las acciones de otros personajes. Esta cuestión le da al texto una dinámica extraordinaria; es decir, el relato está en constante movimiento. Es un tembladeral. Se desplaza en zigzag y este descentramiento —que es un corrimiento del eje discursivo— le da a la trama una inestabilidad que contribuye a tensar la intriga y, al mismo tiempo, favorece la emoción a la que recién hice referencia. Con este dinamismo se logra poner en acto el temblor de lo que se narra. En otras palabras, avanza el relato y, al mismo tiempo, se evidencia el reverbero de sus sentidos; es decir, de todas aquellas acepciones que están solapadas debajo de la trama.

Otro procedimiento que contribuye a esta dialéctica es la estructura de Ahí lejos todavía. Está compuesto por capítulos cortos, muy cortos, que, si bien respetan cierta cronología, son absolutamente autónomos. Cada entrada es una escena con su temperatura y con su atmósfera propia. Lo que se narra en ellas comienza, se desarrolla y termina, pero, al mismo tiempo, las escenas se complementan entre sí. Hay algo confesional en el tramado: lo que se cuenta es una historia de intimidad o, mejor, la historia más íntima que se pueda contar, que la historia familiar, la de la matriz primera. Y como no podía ser de otra forma esta vuelta, este repliegue, tiene carácter de revisión: quien vuelve —esa narradora que se llama Alicia Genovese—sondea sobre su propia historia, y es —para citar de alguna manera a Borges— la otra y la misma. Es otra porque vivió cuestiones a las que les encontró un sentido (un poco al modo del concepto de “experiencia” de Benjamin) y eso la transformó; y es la misma porque la siguen determinando esos episodios a los que vuelve. Entonces, cuando leemos relatos como “El pasado del porvenir” cuya protagonista descubre la potencia de los árboles florecidos o “Las mariposas del realismo mágico” que cuenta la emoción de la narradora frente a una invasión de mariposas de colores, la mirada es siempre doble: por un lado está la fascinación por el acontecimiento epifánico (la narradora dice: “cuando lo ignorado nos viene al encuentro hasta sobrepasarnos”) y por otro el encanto de reconocer la huella de ese acontecimiento que pervive en el presente.

Este libro, este entrañable libro de Alicia, interpela el pasado no para cancelarlo sino para deleitarse en su porosidad. En todas las historias que se narran (las del amor paterno, las de los libros como destino celebratorio, las de la naturaleza expresándose torrencialmente, las del abuelo, las de la fragilidad y los duelos, las conversaciones con la madre) la pregunta que se impone es la de la identidad, pero además, en estos relatos hay un gesto de recogimiento (“Salir entonces era permanecer en silencio en el escalón de la vereda y mirar a esos otros”, se dice en el primer relato), y en ese ademán, en ese ademán de recogimiento, parece cifrarse la serenidad del presente. 

Por último, solo un comentario: Ahí lejos todavía es una narración; sin embargo, la prosa se potencia con elementos líricos. No me refiero tanto al trabajo —que es muy fino— que se hace con el tono sino al recorte de la imagen, es decir: lo que se elige para contar. Ese es el punto. Cada escena es un nodo sensitivo, una especie de vórtice de esplendor. En otras palabras, cada escena se abre. Eso consigue Genovese. Y la apuesta no es a nombrar (y, por lo tanto, cancelar) sino a merodear el sentido. Hay algo de deriva en Ahí lejos todavía que tiene que ver con la poesía y que hace que este libro se convierta en un volumen infinito. Para dar un ejemplo de esto que digo y, sobre todo, para dar lugar a la palabra de Alicia, les leo el siguiente párrafo: “Comprobaba que el mundo que parecía tan claro, al intentar captarlo se volvía escurridizo y por momentos, un fantasma del espacio visible”.

J

Ahí, lejos, todavía de Alicia Genovese. 
Por Betina González

Toda memoria es una ficción. Incluso la ciencia se ha encargado de probarlo: el hecho de evocar un recuerdo lo modifica cada vez. La historia que nos contamos va cambiando, adquiriendo otros detalles, pero sobre todo otros sentidos según el momento en que se produzca el acto de traerla al presente. Cuánto más cierto es esto cuando la evocación coincide con la escritura: no podemos evitar sentir que la multidimensionalidad del recuerdo se pierde cuando se la obliga a entrar en la linealidad y la cronología.

La escritora de un libro de memorias, decía Virgina Woolf, se encuentra frente a la extraña tarea de convencer a la lectora (y a la autora) de que la persona a la que le ocurren las cosas es la misma que la que escribe. Desdoblamiento que en muchos libros fracasa quizás por el intento de ordenarlo en una narrativa, de estructurar, sistematizar, anclar esos recuerdos. Se sucumbe a esa tentación como también a la de ficción: rellenar, borronear, hacer cohesivo lo que por definición no lo es. Pero Alicia Genovese no recorre ese camino, elige uno acaso más difícil: la niña, la adolescente, la joven mujer no intentan convencernos de nada, se dejan estar y fluir en escenas y reflexiones que son como nodos, que van haciendo sinapsis entre sí.

«La memoria, como una onda sonora en un océano» dice en un pasaje el yo que escribe este libro; la memoria, líquido que avanza en círculos y que trae al presente de la escritura un gravitar de la vivencia, una fuerza que no desdobla al yo, sino que lo contiene en su lejanía y su cercanía simultáneas.

Les cuento algunos nodos de Ahí lejos todavía: el salir por ejemplo, primero a la vereda, después al jardín, después a la escuela, también a otro país. No parecen grandes hitos en la vida de nadie pero Genovese hace de ellos algo mejor que hitos: un lenguaje en clave, distintas versiones de una puerta que se abre, rasgaduras del velo, hendiduras de la mirada por la que la adulta que ya sabe bien que del mundo solo puede esperarse dolor, logra, sin embargo, la paradoja de seguir viendo en él maravilla.

Hay en este libro pasajes que podrían ser cuentos, que tal vez lo son, solo que la autora ha elegido que sus lectoras sientan la obligación o el permiso de narrarlos. Como quien en su incalculable riqueza va soltando piedras preciosas para poder volver a casa al internarse en un bosque, vamos recogiéndolos con ella por el camino. La historia de la madre, que a los quince, ante la prohibición de ir a un baile de carnaval pasó días cosiendo su propio disfraz para ir a un estudio fotográfico y sacarse una foto. ¿Quién dice que esa foto no fuera su baile secreto? Ahí, en el cuento que no se cuenta, Genovese deja en suspenso, como lo hace la memoria, la resolución, la completitud, la clausura que la narrativa impondría. Y entonces, la historia reverbera, múltiple en quien lee. Hay otro cuento enterrado en la hermana que le enseña a leer con el dedo al hermano menor al que apenas le lleva cinco años, en la adolescente que disfrazaba de arrojo su timidez y su inadecuación paralizantes. El libro está lleno de estos pequeños regalos que se niegan a entrar en lo prosaico, en una cronología. En uno de mis pasajes favoritos, la autora dice «Resulta difícil darse cuenta de que un día es extraordinario…parecen necesarias una cantidad de vivencias posteriores para reconocerlo…Es como si lo extraordinario necesitara un porvenir en el que apoyarse y hacerse lugar». Virginia Woolf también pensaba en torno a esto: los días recordables son los del ser, los que se atan al acontecimiento, pero para que la memoria los guarde deben recortarse sobre un fondo de días sin eventos, «algodón en rama», los llamaba ella, una baba del tiempo que nos es muy difícil recuperar.


Ahí lejos todavía produce la ilusión de poder hacer eso: recuperar el algodón en rama, el espesor de la vivencia, el no ser sobre el que se recortan los momentos del ser. En ese, mi pasaje favorito, la niña caza mariposas en un frasco junto a todos los chicos del barrio, y así, como metáfora de la escritura, la alegría de la captura masiva de esas mariposas, progresa hacia la desazón ante la belleza privada de movimiento, encerrada en un frasco. «Recuerdos del porvenir» no es solo una alusión motivada por las mariposas de este pasaje; el título de Elena Garro podría completar el desencanto del yo que declara: «cabe la posibilidad de que lo extraordinario se abra paso y llegue al futuro con su exceso inexplicable. Una contadora de historias lo sabría» ironiza Genovese. Pero la historia sí se cuenta, solo que en el espesor, en el hundimiento, en la verticalidad del ensueño que es la memoria.

En vez de querer capturar el acontecimiento en la escritura, como haría una contadora de historias, es el yo quien se deja capturar por él, un yo que ha sido herido, interpelado por la vivencia y entiende que no debe contarla sino dejarla pasar por él, darla a luz de la palabra sin por eso iluminarla.

Decía Virginia Woolf: «En ciertos estados de ánimo favorables, los recuerdos —los que se han olvidado— quedan superpuestos a todo. En este caso, ¿no será posible que las cosas que se han sentido con gran intensidad tengan una existencia independiente de nuestra mente? ¿Siguen existiendo de hecho?». Y luego, como si adelantara las novelas de Phillip Dick, Woolf imagina un aparato que pudiera dar cuenta de la simultaneidad de la memoria, en lugar de crear escenas, volverlas a sentir, todas juntas con la intensidad de un torrente que inunde a la mente presente que intentaba ordenarla.

Ahí, lejos, todavía parece realizar esa proeza. En la humilde imprecisión de esos tres adverbios, se nos dice que ese algo existe de hecho, tiene estatuto de presencia. Algo insiste. Ahí, lejos todavía:  la invisible riqueza.

Oda al recuerdo, Ahí lejos todavía anuda un elogio de la memoria con la reconstrucción del vínculo materno. Por Daniel Gigena

El título del nuevo libro de Alicia Genovese (Lomas de Zamora, 1953) está compuesto por tres adverbios: dos espaciales y uno temporal. En ese orden, Ahí lejos todavía acerca una clave de lectura desde el inicio: estamos ante las primeras memorias en prosa de la poeta reconocida en 2014 con el premio Sor Juana Inés de la Cruz por La contingencia. Pero el pasado también habita los lugares de la infancia y la adolescencia de la autora de El borde es un río y Anónima, por mencionar dos libros de poemas con los que este trabajo, en cierto modo, rima. Los lugares determinan instancias temporales y el presente delimita un espacio desde donde se escribe. Así es como la escritura vuelve contigua la lejanía. “Elegía siempre el mismo lugar al lado de las dalias con flores enormes y moradas, cerca del jazmín y de la rosa china roja que cubríamos con un plástico durante las heladas de invierno”, escribe Genovese. A falta de un cuarto propio (y de una biblioteca en la casa familiar), la niña que había decidido ser escritora a los diez años anotaba sus fabulaciones en libretas y cuadernos durante la “crisálida” de la hora de la siesta.

Ahí lejos todavía presenta el desarrollo de una percepción, la percepción del mundo que lleva a la escritura, a la vez que, en una especie de suave contrapunto, narra el vínculo entre la autora y su madre, que a medida que envejece empieza a perder la memoria de lo inmediato para recuperar aquello más remoto. Las visitas a su madre en un hogar para ancianos, los paseos y las conversaciones (con temas favoritos: plantas, sueños, anécdotas con mariposas) abren una dimensión inesperada: “Descubro que tengo una historia, casi desconocida para mí, como un calidoscopio que gira y se acomoda en la frágil memoria de mi madre”. Más adelante, la autora comprobará que el libro en el que avanza, que es el que leemos, fue escrito junto con su madre.

“Después de haber publicado en 2018 La línea del desierto, que reúne mis diez libros de poesía, darle forma, darle un acabado final a este trabajo que ya hacía años tenía en un boceto, implicó un nuevo aprendizaje, intentar muchas cosas hasta llegar a su escritura –dice Genovese-. Si bien cada nuevo libro plantea una búsqueda, aquí es muy notorio el cambio de registro. No es poesía en prosa, hay narración y despliegue narrativo, pero al mismo tiempo la poesía permanece cercana, es una presencia muy nítida en muchos momentos”. Destacadas poetas argentinas de la misma generación de Genovese, como Irene Gruss, María Negroni y María del Carmen Colombo, también exploraron en el pasado el origen de una voz propia.

En Ahí lejos todavía, el umbral de una casa en Llavallol, en el sur del conurbano, se recobra como “centro radial de todos los caminos”. No sólo de la literatura, sino además del deseo de viajar, de ampliar los límites del mundo, y de un feminismo que, paradójicamente, llega de la mano del padre de la escritora, que la alienta a aprender lo que (en un pasado no tan lejano) se consideraban actividades inapropiadas para una mujer. Entre ellas, manejar un auto. “La vecina lo dijo también como quien pasa letra, con esa voz que a veces impostan las mujeres recordando o haciendo saber que recuerdan lo que una mujer debe o no debe hacer”, se lee. El sentido común patriarcal se expresaba, y se expresa acá cerca todavía, a través de diferentes médiums.

Novela corta, anecdotario, diario de una pérdida, el primer libro de narrativa de Genovese es, sobre todo, el relato de un viaje. Además de narrar un viaje al pasado, y al léxico familiar de ese tiempo, reconstruye uno de los modos posibles que ofrece la literatura para tomar distancia y, en simultáneo, acercarse de manera misteriosa: “Los libros que por lo general me alejaban de mi casa, que me enrarecían cada vez más a los ojos de mis padres, alguna vez también me regresaron a ellos”.

Alicia Genovese

Alicia Genovese es una destacada poeta argentina. En 2018 la editorial Gog & Magog publicó La línea del desierto, su poesía reunida. Es autora, además, de dos libros de ensayo: La doble voz. Poetas argentinas contemporáneas (Biblos, 1998) y Leer poesía. Lo leve lo grave lo opaco (FCE, 2011). Entre otras distinciones obtuvo la Beca Guggenheim en poesía, el Primer Premio Municipal otorgado por el Gobierno de la Ciudad y el premio de poesía Sor Juana Inés de la Cruz 2014, en México. Es profesora titular del Taller de Poesía I en la Universidad Nacional de las Artes.

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