escribir sobre mí

Leonard Michaels

Buenos Aires - 2018

78 páginas, 21 x 14

Versión y prólogo

Hernán Bravo Varela

ISBN: 978-987-3760-85-3

Escribir sobre mí (fragmento)

Nada debería ser más fácil que hablar de cómo escribo sobre mí, pero me temo que es todo menos fácil. De hecho, cuando escribo sobre mí me topo con un problema que me ocupa, incluso, al escribir esta oración. El problema radica en cómo no escribir sólo de mí. Pienso que el problema es endémico entre escritores, sean o no conscientes de él. Los elementos básicos de la escritura —estilo, gramática, tono, imaginería, los patrones de sonido que crean tus oraciones— hablan mucho de ti; es posible que estés escribiendo sobre ti antes de saber que lo haces. Sin importar tu tema dichos elementos, como otras tantas e inconmensurables cualidades de la mente, están en juego en tu escritura y harán que el lector sienta tu presencia de forma tan palpable como tu caligrafía. Escribes virtualmente tu nombre, por así decirlo, antes de firmar con él cada vez que escribes.

(…)

 

Eso es todo, por Hernán Bravo Varela

Los cuentistas modernos son alérgicos al perfume evangelizador de las fábulas, parábolas y alegorías. Su vocación no descansa en la moraleja sino en la forma: ese conjunto de señas que dan identidad a una historia en el espacio y el tiempo atomizados del relato. El estadounidense Leonard Michaels (1933-2003), moralista formal, es un claro ejemplo de ello. Su vertiginoso relato “Luna de miel”, publicado en 1993 dentro del volumen Sentir estas cosas [To Feel These Things], puede leerse como una sutil declaración de principios estéticos. El narrador es el joven ayudante de Larry Starker, un mesero cuyos atributos físicos lo conducen a su tragedia personal: su aptitud para el handball y su belleza, cruda y arrogante. Luego de que Larry escoge ceca para determinar el primer saque de un partido por dinero, el narrador anota:

Percibí en su voz [la de Larry] una nota aguda y triste. No provenía ni del miedo ni del desafío, sino, como el viento del Gólgota, de la desolación. En ese instante supe que lo que separaba a los ganadores de los perdedores no era el talento, la belleza o la voluntad personal, lo que los atletas llaman “deseo”, sino una voluntad que está por encima de ellos. Larry acababa de conectar con eso. [Traducción de Aurora Echeverría.]

El narrador, hasta entonces alerta pero discreto, deja de ser un testigo de la historia para convertirse en el solista de un coro griego que medita en la moira de Larry. Sin embargo, su conocimiento de la forma y del fondo —o, según Michaels, de lo superficial y lo superfacial— de la existencia tiene un límite: eso. Lo que tiene un nombre, sí, aunque indeterminado. Más aún: lo que “no tiene nombre”, como advierte el poeta Jorge Esquinca, “pero que permite nombrar”. Eso: un pronombre que designa aquello que está cerca del hablante (o del narrador) y lejos de la palabra (o la escritura) misma; que simultáneamente calla y otorga lo que no puede decirse.

Una buena historia, ya sea “Tristeza” de Chéjov o “Luvina” de Rulfo, se basa más en lo que guarda o insinúa, y menos en lo que muestra o en lo que procura persuadirnos. “Luna de miel” no es la excepción. Gracias a la meticulosa vaguedad del tono descriptivo, Larry Starker se erige en un Goliath que desconoce su desgracia futura, y el narrador en un profeta que la advierte —y, hasta cierto punto, la consuma— con palabras que escapan al entendimiento. En el principio y el fin está el verbo, casi siempre sin conjugar. Al igual que Dios en el Génesis, Michaels prefiere los infinitivos a los tiempos verbales; al igual que Coleridge, decide suspender voluntariamente, y hasta nuevo aviso, la incredulidad.

Con todo, Michaels no fue un poeta místico, sino un narrador y dietista que también escribió magníficos ensayos sobre el arte de narrar lo inenarrable, a menudo disfrazados de textos personales o autobiográficos. ¿Cómo se concilian el apetito sensual de contar una historia con la obligación moral de despojarla de sus elementos anecdóticos, quizá dispensables para el poeta pero claves para el narrador? ¿Cómo es que un cuentista y novelista puede confiar más en el silencio que en la locuacidad? Junto a su contemporáneo Raymond Carver y el pintor Edward Hopper, Michaels sigue de cerca “la desaparición ininterrumpida de las cosas”, como si el relato fuese apenas la huella digital de un suceso, un conjunto de pistas que revelan a contraluz su naturaleza extinta o difuminada. En ambos escritores, los universos épicos de Bellow, Faulkner, O’ Connor y Steinbeck se reducen a una solitaria estación de autobuses, una panadería a medianoche o un desangelado club de hombres solteros. La gran polifonía estadounidense deriva en un diálogo de sordos que tienen poco que decirse entre sí, pero mucho que sugerir al lector. Carver y Michaels acceden, por vía negativa, a la función del relato: dar cuenta de una historia cuya evolución descansa, antes que en las transiciones anunciadas del carácter de los personajes, en las transformaciones casi siempre inefables de su espíritu. Esas transformaciones, emparentadas con la metamorfosis kafkiana, son un secreto a voces; revelarlo implicaría convertir la confesión del cuento en mitomanía novelesca.

La renuncia de Michaels no es a decir las cosas por su nombre, sino por su apodo. La sobreexposición de muchos escritores contemporáneos no es distinta a la fama de los cantantes de moda o socialités de turno: exige de sus cultivadores una indiscreción tan profesional como ficticia. De ahí que Michaels, en su conmovedor ensayo “Sobre el amor”, califique a tales autores de pornógrafos, cuyos “aniquilamiento del misterio” y “desmitificación gráfica” obedecen a su intento de nombrar e, incluso, apellidar un sentimiento que se torna redundante con sólo balbucearlo. “No quieras decir tu amor, / el amor nunca se dice”, aconseja Blake en un poema citado por Michaels. El amor es su propio correlato objetivo: nada lo expresa mejor que su ausencia verbal. Cuando García Lorca escribe: “¡Ay qué trabajo me cuesta / quererte como te quiero! // Por tu amor me duele el aire / el corazón / y el sombrero”, el elemento más conmovedor de ambas estrofas resulta ser, asimismo, el más concreto, inesperado y silencioso: el sombrero. Los amantes, como los escritores, suelen caer en la tentación de decirlo todo, estar presentes —o sea, conscientes en todo momento de su propia presencia— cuando eso ocurre y reducirse a taxónomos de sus pasiones.

“La escritura es originariamente el lenguaje del ausente”, según la definición de Freud que Michaels asume como dogma. Tanto en sus ensayos críticos como autobiográficos, el estadounidense parte de una

ausencia significativa: la del yo y, en especial, la de las circunstancias que lo moldean. Desde el anuncio del yo como una segunda persona inmersa en la otredad, hecho por Rimbaud para combatir el autoritarismo poético (“Yo es otro”), también los ensayistas han sabido replantearse la lección de Montaigne: “Yo soy la materia de mi libro”. En “Escribir sobre mí”, cuyo título promete abrirnos las puertas de su celosa intimidad literaria, Michaels anota:

Montaigne dijo sobre sus ensayos: “Todo el mundo me reconoce en mi libro y a mi libro en mí”. Creo que quiere decir que su escritura lo reveló ante sí mismo y que las revelaciones no siempre fueron hechas a conciencia. Una y otra vez en sus ensayos parece descubrirse a él mismo sin querer, lo que tan sólo equivale a decir que tu identidad radicalmente personal, con o sin tu consentimiento, se hace evidente en tu escritura.

Al parecer, la única versión autorizada de la biografía de un escritor se denomina estilo. Sus revelaciones son resultados inconscientes del acto de escribir, jamás acciones deliberadas que lo anteceden; ondas expansivas o efectos secundarios de lo que Michaels llama “elementos básicos de la escritura”: tono, imágenes, gramática, sintaxis, ritmo… “Cuando escribo sobre mí”, señala nuestro autor al final de la pieza antes citada, “me doy cuenta de que estoy más interesado en el valor expresivo de la forma y su relación con lo personal que en las revelaciones de mi vida íntima». Los de Michaels, entonces, no son ensayos personales típicamente estadounidenses, sino impersonales; ensayos que, de acuerdo con su viuda Katharine Ogden Michaels, “se preocupan por el sentimiento pero que se muestran impacientes ante la sentimentalidad”. O por eso que, a falta de una mejor palabra, llamamos sentimiento: una voluntad que está por encima de nosotros y de nuestro lenguaje involuntario. Y eso, precisamente eso, es todo lo que importa, lo único que vale la pena contar o ensayar sin la ciencia exacta del yo ni la superchería de la retórica.

Fragmentos de Mala sangre, en Eterna Cadencia blog

Con traducción, selección y prólogo de Hernán Bravo Varela, Zindo & Gafuri acaba de publicar un libro de ensayos extraordinario: Hablar de mí, del escritor estadounidense Leonard Michaels.  «Los poetas vuelven erótico al lenguaje. Ésa es su principal diferencia. Lo demás es escándalo, una historia de mala sangre».

He aquí algunos fragmentos: 

 

Desde que Platón dijo que los poetas deben ser expulsados de la República y asesinados si regresaban a ella, las cosas no han estado bien entre poetas y filósofos. Por filósofos quiero decir teóricos más o menos sistemáticos de lenguaje. Los poetas vuelven erótico al lenguaje. Ésa es su principal diferencia. Lo demás es escándalo, una historia de mala sangre. He aquí algunos momentos:

  • Goethe se rehusó a leer a Hegel, aunque éste quería ser su amigo.
  • Rilke se negó a hablar con Freud.
  • Blake odiaba a Bacon, Locke y Newton. “Debo inventar un sistema”, exclama, “o ser esclavizado por el de otro”.
  • En su elegía a Stella, Jonathan Swift asegura que ella, alguna vez, le disparó a un ladrón y que podía refutar la filosofía de Hobbes cuando así lo deseara.
  • Wallace Stevens dice: “Marx arruinó a la naturaleza”.
  • Para Nietzsche, los poetas son vergonzosos porque explotan su experiencia.
  • Los libros de Sartre sobre Genet y Flaubert, analíticos y gordos como son, parecen inspirados en una envidiosa codicia.
  • Freud piensa que Shakespeare es un depravado, pero dice que sus obras fueron escritas por el Conde de Oxford.
  • Marx comenzó siendo poeta, fracasó y se convirtió a la filosofía, quizá en señal de autodesprecio. Famosos por autodespreciarse son T. S. Eliot, que escribió una tesis doctoral en filosofía, y Coleridge, embelesado por los Schlegel. Keats también pertenece a este grupo; indiscutible genio poético, se preguntaba si era lo suficientemente filosófico. Platón, que desató esta antigua violencia, era poeta él mismo.
  •  “De lo que no se puede hablar, es mejor callar”, dice el filósofo Wittgenstein en un pequeño y cruel poema contra los poetas. El impulso negativo que va del “no se puede” al “es mejor” cierra la oración de golpe. Wittgenstein dice también que el lenguaje es -suciedad en la superficie de aguas profundas. Dicho de otro modo, algunas cosas son demasiado profundas como para rozarse suciamente con las palabras. En esto, al menos, concuerdan poetas y filósofos. Simone Weil dice que un poema es bello si el poeta se concentra en lo inefable. Nietzsche afirma que sus ideas son menos buenas al escribirlas. Sócrates nunca escribió nada. Platón dijo que un filósofo se traiciona a sí mismo cuando pone sus ideas en palabras.

 

 

(…) link del ensayo completo:

https://www.eternacadencia.com.ar/blog/ficcion/item/mala-sangre.html

Leonard Michaels

Nació en 1933 en Nueva York (EEUU) y murió en 2003. Fue autor de numerosos relatos, ensayos y novelas, profesor de lengua en la Universidad de California, y en sus últimos años asiduo colaborador del New Yorker.  Aunque publicó regularmente durante toda su vida, alcanzó un masivo reconocimiento en 1986 cuando su primera novela, “The Men`s Club” fue llevada al cine con guión del propio escritor y protagonizada por Harvey Keitel y Roy Scheider (en español titulada “Secretos Indiscretos”).  Otras obras que merecen destacarse son: “Going places” (1969), “I Would Have Saved Them If I Could”, “Sylvia” (1992), “Time Out of Mind” (1999), “A Girl With a Monkey: New and Selected Stories”(2000), “The Essays of Leonard Michaels” (2009).

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