Gonzalo M. Tavares

Angola, 1970
Gonzalo M Tavares

Angola 1970

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Es un poeta, ensayista, narrador y dramaturgo portugués nacido en Luanda (Angola) en 1970. Su obra ha sido publicada en más de 45 países y reconocida con premios nacionales e internacionales. Entre sus libros se destacan: A perna Esquerda de Paris seguido de Roland Barthes y Robert Musil (2004), Jerusalen (2004), Un hombre: Klaus Klump (2006),  El señor Henri (2007), El señor Brecht (2007), La máquina de Joseph Walser (2007). En 2010, su libro Aprender a rezar en la era técnica recibió el Premio al Mejor libro extranjero publicado en Francia. Libro de la danza es su primer libro, publicado en 2001 y ganador del Premio Branquinho da Fonseca da Fundação Calouste Gulbenkian.

TAVARES Y EL LIBRO DE LA DANZA

Santiago García Tirado

Dar forma a una estética propia, esperar a que dé flores y luego repetir fórmula en múltiples variantes a lo largo del tiempo es el resumen de lo que una mayoría de autores entiende como un proyecto artístico. En el caso de Gonçalo M. Tavares (Luanda, 1970) abundan los motivos para no temer la aplicación de esa tortura, al contrario, se ha mostrado a lo largo de su producción indagador, mutante, con esa intranquilidad del que comprende que nada puede darse por definitivo, menos aún en el ámbito de la estética. Prueba de esa actitud de duda sistemática y reformulación la encontramos en el “Libro de la danza” (Kriller 71) una obra indócil que, contra lo que podría suponerse, es de creación anterior a todas las ya publicadas ―con éxito― en España. El propio autor la define como “investigación”, su editorial la presenta ahora como “poesía” y puede explicarse sin conflictos como una propuesta aledaña del aforismo (dicho sea de paso, sólo faltaba que tuviéramos que vérnoslas con la teoría de los géneros a estas alturas). Leído ahora que tenemos buena parte de su obra accesible en España ―como en otros 45 países― el “Libro de la danza” adquiere mayor relevancia y se convierte a la vez en suministrador de claves que nos permiten valorar a Tavares con justicia, cuando parece que una lluvia de premios ―todos los portugueses los tiene― quiera difuminárnoslo.

 

Júlia Studart, poeta y profesora de la Univ. de Río, traza en el prólogo una línea que pone en conexión esta obra con “La gaya ciencia”, de Nietzsche. Porque allí el bigotudo y prusiano filósofo echa mano del saber alegre que representa el amor cortés como réplica del nuevo modelo de mundo que cuajará en el Renacimiento, y que se define por oposición al saber grave e incontrovertible de la religión y el orden moral que sustenta. “Nuestras primeras preguntas ―dice Nietzsche― sobre el valor de un libro, una persona, una música rezan así: ¿sabe andar, o mejor aún, ¿sabe bailar?”. La insinuación es jocunda, efectiva como un matasuegras en la cara de un registrador de la propiedad: caminar es el movimiento de la gente bien, pero bailar es mucho más loco, porque incluye el placer, la alegría, todo eso que la caspa repele por inductor de la disolución. En esa metáfora del baile alegre encuentra Tavaresla ocasión idónea para pensar la vida y sus conjuntos desde una perspectiva libre, sin otra deuda que con la alegría que reclama para el hombre. “La vida es un experimento del que conoce”, dice también Nietzsche en “La gaya ciencia”. Y por lo que vemos en “El libro de la danza” Tavares lo asume con todas las consecuencias.

 

Tavares asume, entonces, una vocación de conocimiento. Pero no habrá forma de llevarla a cabo si no es desasiéndose de toda coerción moral, o cultural, religiosa o histórica ―en la medida en que eso sea posible―. Para mirar a cara descubierta a la vida y sus componentes ―los bailarines del libro― que ejecutan como saben, o como imaginan que debe ser un modo existencial ―su danza― ese requisito de libertad es innegociable. El camino que deberá seguir Tavares en ese proyecto será por fuerza una senda arbitraria, sin más programa que el de la intuición, para sondear los diversos aspectos de la realidad como haría un aforista. O un ensayista de la línea Montaigne. En ese tanteo ―en esa danza― hay que superar ese prejuicio básico de nuestro pensamiento occidental por el que el hombre se considera preeminente: no es centro de nada el hombre, no es el Master del Universo: “dominar primero el instinto de/ dominar la naturaleza”. Más adelante, como en un intento de neutralizar cualquier delirio de grandeza, recordará: “Al cuerpo al que le faltan Movimientos lo llamamos/ INcompleto./ Al otro lo llamamos dios”. Y evidentemente el cuerpo INcompleto somos nosotros, simples peones de la historia, aunque reales, porque “Dios no se exhibe” ―acota con ironía―. Un buen antídoto frente a los delirios de grandeza que periódicamente nos intoxican consiste en detenerse a considerar nuestros límites, “El problema”: “Ejecutar y esculpir el problema de la imposibilidad de prohibir/ la enfermedad”; “Esculpir en los átomos el gran Problema/ ejecutar el problema de la imposibilidad de prohibir la Muerte”. La metafísica, en fin, habría dado otros frutos a poco que el filósofo hubiese caído en la cuenta de que un solo puñal, “el PUÑAL puede interrumpir la Coreografía-VIDA pero el/ PUÑAL no puede interrumpir la coreografía-MUERTE”. Si algo permanece de tantos prohombres del pasado, eso es su coreografíainterrupta y casi siempre mediocre.

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