Buenos Aires - 2017
124 páginas / 14 x 20
traducción de:
Gabriela Raya y María Eugenia Soler
ISBN 978-987-3760-47-1
MISTERIOSA HISTORIA A LO DASHIELL HAMMET
Cada vez que salgo de mi cuarto de hotel
acá en Tokio
hago las mismas cuatro cosas:
me aseguro de tener mi pasaporte
mi cuaderno
mi lapicera
y mi diccionario
inglés-japonés.
El resto de la vida es un completo misterio.
Tokio
26 de mayo de 1976
Subtitulos de una película japonesa, por Diego L. García en Jámpster
Mi mundo anterior a Richard Brautigan carecía de una remera con la estampa Brautigan Not Dead. En la intro de este libro (Zindo & Gafuri, 2016), Nicolás Domínguez Bendini augura ese futuro de amor y fanatismo para los que hayan atravesado la obra de Richard. Afortunadamente, de ese viaje transtemporal he traído las mismas sensaciones. Y digo “afortunadamente” porque se trata de una poesía enamorante, que difícilmente pueda ser abordada en modo aséptico.
Entre esa presentación y los primeros poemas del libro, busco algunos videos de Brautigan en YouTube. Hay uno muy bueno que contiene las grabaciones publicadas en 1970 por Harvest Records bajo el título Listening to Richard Brautigan; inicialmente pensadas para el sello Zapple, experimento de los Beatles. Lo escucho leer, o más bien interpretar las voces de esos textos, y comprendo que ya no habrá vuelta a atrás…
El tío Edward poeta, el tío Edward ingeniero, el tío Edward soldado en Midway, el tío Edward romántico, el tío Edward accidentado, el tío Edward cadáver, el tío Edward japonés, el tío Edward después. El recorrido que hace Brautigan por las fases de su tío, abriendo el libro, es de algún modo el de las posibilidades del yo. Mucho se discute en estos tiempos acerca del tono “confesional” (generalmente con ademanes absurdos) y la poesía de Richard resulta una patada ninja contra esas posturas: el yo somos nosotros que nos sentamos alrededor de este pelilargo resplandeciente a escuchar (o sea, a ocupar sus palabras). No es R. B. hablando solo en el desierto, o en el desierto de un (verdadero, no excusativo) diario íntimo. Esto es otra cosa. No hay un individuo sino una multitud en un mismo punto y R. B. no está sino en la mixtura apretujada de sus lectores. La voz de los poemas es el conjunto. Y un conjunto es siempre dialógico (y así la cosa se torna más turbia, pues de todo tráfico emerge lo inesperado y, antes, la disposición para lo inesperado… hypocrite lecteur).
La mirada es la del occidental que juega a no comprender. Sabe que en las pérdidas se gesta una fuerza tentadora de sentidos. También sabe que en el paneo simple sobre la superficie de las cosas hay pelusas deslumbrantes. Por ejemplo, en “Gato en Shinjuku”, donde la situación extrema su normalidad: “Un gato marrón, está recostado / frente a un restaurante chino”, para luego devenir en un giro final: “Esto me parece extraño” y la mordida artera (sobre todo para quienes no vieron la emboscada): “El gato está feliz / frente a la comida plástica / mientras que la comida real / espera justo adentro”. El gato como analogía humana, la industrialización de casi todo, la comida-objeto, el deseo atrofiado de un tiempo artificioso, y hasta un semi planteo budista de la tensión adentro – lo real. Son poemas del recién llegado, un espacio preferencial para que todo sea válido.
Un samurái del flipper, un recital de pop japonés, un ostentoso caucásico en el ascensor, y muchos otros cruces entre dos culturas que disputan un lugar para el sujeto (para el poema del sujeto) entre el malentendido y el detalle capturado a modo de haijin. En algunos casos, tensionado hasta el extremo de desprender al lenguaje de “lo poético”. En “Bar de estadounidenses en Tokio” termina diciendo: “Difícil es encontrar algo de poesía / acá / como este poema lo demuestra”. La anotación, el juego, el fragmento hacen que la composición parezca un reflejo espontáneo, libre de todo formato genérico. Esa actitud se complementa con un swing que hace el sello de Brautigan. La escritura baila en el tono de un idioma que desconoce. Lo japonés de estos poemas está más que en lo temático (lo cual sería muchas veces el fracaso de lo japonés) en el balanceo liberado de los versos. No hay saturaciones, no hay sobrepesos en las palabras: el sujeto resulta, ante todo, un traductor de ritmos.
El viaje hace al viajero. Y la escritura del viaje, a un territorio de invitados. Entramos al Japón de Brautigan en 1976 para embriagarnos en un bar nocturno, mirar un programa infantil en Tokio, comer arroz con curry, aburrirnos en un hotel interminable. Extranjeros dos veces, ¿cómo reconocernos en lo impreciso? Justo es a veces callar para oír aquello que prescinde de un idioma y sus trampas: “Click, clack, / El hombre se acerca en la niebla. / ¿Quién es?” (Kobayashi Issa, versión de Takagi y Manzano).
Lost in Translation, prologo por Nicolás Domínguez Bedini
Aparte de esto –háblame de alguna otra cosa
Bryan Ferry / Roxy Music
Cuidate, llamame, los tickets de cine ya los compré
Travesti
Sala de conciertos semivacía, verano del año 2004, con las primeras insinuaciones de un nuevo otoño que no tardaría en llegar. Mientras esperábamos a que empezaran a tocar las bandas y el antro ruinoso a punto de derrumbarse despedía un vaho a humedad y orín que lo inundaba todo comenzaba a poblarse de público, comentábamos, con un grupo de amigos que solía frecuentar por aquel entonces, una película que había sido estrenada hacía poco y que todavía estaba en cartelera y que, por diferencia de días, todos habíamos ido a ver.
Algunas imágenes que mostraban cierta fascinación por el lejano oriente me habían resultado familiares de otras películas y de libros pero había algo más en ella y, en aquel momento, yo no sabía de dónde venía y cómo relacionarlo. Tiempo después encontré un viejo correo electrónico que contenía algunos poemas de Richard Brautigan, en su mayoría extraídos de 30 de junio, 30 de junio el 6 poemario que recientemente versionaron en toda su totalidad a dúo y sin perder ni un ápice de eficaz belleza y atisbo María Eugenia Soler y María Gabriela Raya para esta flamante edición de Zindo & Gafuri que tengo el placer de presentarles entusiasmadísimo.
Ya se adentrarán en el “google nuestro de cada día” picados por la curiosidad ante la pregunta del millón: “¿y quién es Brautigan?”. Mientras tanto, aprovecho para contarles que Richard Brautigan realizó su primer viaje a Japón en 1976. Viaje iniciático –que finalizó en el mes de junio– por donde se lo mire pues allí en Tokio el bueno de Richard Brautigan no solo inició una relación sentimental con la que sería su segunda esposa, también llevó la escritura de un diario que se convertiría en uno de sus mejores libros. Este libro que cómplices lectora y lector tienen aquí entre sus manos y en donde nuestro poeta y narrador encontró un público –el nipón– tan ávido y receptivo hacia su obra en contraste notorio con el de su USA natal. Dado que para mediados de los años 70 nuestro autor ya había pasado de moda y su nombre se arrastraba inevitablemente hacia el olvido.
El poeta Michael McClure dijo tras la muerte acaecida en 1984 de su amigo –y nuestro amigo– Richard (pues insisto se convertirá en gran amigo de ustedes cuando terminen de leer este poemario y vayan por la colección completa editada hasta el momento que, eso sí, requiere de paciencia y esfuerzos de todo tipo si tenemos en cuenta que vivimos en un rincón extremo del globo terráqueo): “necesitaba tener otra base, y Tokio se convirtió en la única opción”. Pero además McClure da una pista que nos sirve para entender “por qué queremos tanto a Richard Brautigan” los que ya tenemos el honor de conocerlo y quererlo en demasía hasta límites insospechados como 7 vociferar –en mi sordo caso– un nuevo primer mandamiento y de primer orden “Amar a Richard Brautigan ante todas las cosas”
“No era un escritor revolucionario. La suya no es una voz tan peligrosa como distinta, potencialmente liberadora: mostraba las posibilidades de soñar, la belleza y la alegría de la imaginación.”.
30 de junio, 30 de junio contiene una introducción descomunal que se puede leer como un poema de largo aliento que no hay que saltearse para poder entrar de lleno en este diario japonés y en la quintaesencia terrenal del cosmos Brautiganiano: “Esta es una manera extraña de presentar un libro de poesía que expresa mi profundo cariño por los japoneses pero lo tenía que hacer como parte del mapa que me llevó a Japón y a la escritura de este libro.”. U: “Odio viajar./ Japón está muy lejos.// Pero sabía que algún día tenía que ir. Japón era como un imán que atraía mi alma hacia un lugar en el que nunca había estado antes.// Un día tomé un avión y volé a través del Océano Pacífico. Estos poemas son el resultado de lo que pasó cuando me bajé del avión y puse un pie en Japón. Los poemas tienen fecha y forman una especie de diario.”
. Y ahora sí, no los demoraré mucho más, los voy dejando con esta flamante edición de 30 de junio, 30 de junio de Richard Brautigan un libro de un autor “particularmente importante para mí” no sin antes evocar “Cuidate” una canción que sonó en directo en aquella sala de conciertos y que me lleva siempre a pensar en estos apuntes-poemas de viajero sorprendido apuntándolo todo y por extensión en aquella taquillera película… 8 Les deseo un muy buen viaje. Ajusten y aflojen sus cinturones de seguridad como si fueran botones de un ascensor para jugar al sube y baja. Lleven carilinas y kleenex también. Está permitido sentir extrañeza, sentirse raro e incomprendido, llevar el reloj roto, sufrir de insomnio al constatar que el pasado no vuelve y el silencio de un idioma, ampliar el instinto de supervivencia con o sin pasaporte, agudizar la mirada, disfrutar de aventuras en países lejanos. Disfrutar y sufrir de la soledad intransferible. Etcétera y etcétera.
Son todos bienvenidos. Se levanta el telón. Brautigan not dead: ¡será la remera del futuro Brautigan Fest que llegará para quedarse! A pasarla bien. Que los muertos descansen en paz eternamente, esperando/ nuestra llegada. Amén.