(fotografías)

Diego l. García

 

 

 

Buenos Aires - 2018

60 páginas / 14 x 20

ISBN 978-987-3760-79-2

fotografía de un café

leamos los (puntos suspensivos)
como lo que completa la fotografía de un café
y sus circunstancias. en el agua
ondularon palabras y más.
no habría forma más perfecta de seguir
ese curso que nadie ha limpiado
ni limpiará. la cercanía es impensada
para aquello que acontece sin memoria
de un trayecto. de todos modos
basta con el relámpago de saberse en un lugar seguro.
un refugio que el cuerpo reconoce
más allá de toda referencialidad.
las ventanillas del día hicieron un salto imposible.
el punto de descenso nos podría causar gracia
dentro de unos años. ahora no es otra cosa:
la luz sobre el café contornea
universos cerrados para el mundo

Fragmentos sobre (fotografías), Prólogo por Luis Eduardo García
 

1        Sinopsis: Urban Color está conformada por una selección de fotografías a color en gran formato, tomadas a fines de los años 70 y principios de los 80 en Chicago y Nueva York. Sus paisajes urbanos describen con exactitud la luz, las estructuras y la paleta de color de estas ciudades durante dicha época.(fotografías) está compuesto por 38 piezas en blanco y negro en formato pequeño. Sus paisajes pueden ser radiactivos.

 

2        En un texto imperdible colgado en Transtierros, Diego L. García menciona que el proceso de escritura de un poema abre un protocolo cuyo fin es que el texto en cuestión pueda insertarse dentro de ese cuerpo al que solemos llamar poesía. Dicho protocolo implica desde luego jugar con una serie de convenciones que podrían resumirse en lo que él llama —ácidamente— El Club de las Expectativas. ¿Qué suelen hacer los miembros de ese club? Adaptar sus textos para que se ajusten a una idea común, o lo que es igual: moldearlos de modo que se parezcan a lo que se supone debe parecerse la poesía.

 

3        Eludir ese proceso no es opción, claro; algunas marcas son necesarias. Sin embargo, es posible saltarse algunos movimientos; es posible elegir cuándo ir con la corriente y cuándo la escritura debe convertirse en salmón nadando río arriba. En el caso de Diego, los momentos a contrapelo de las expectativas vienen uno tras otro, haciendo que los textos se desarrollen en zonas poco transitadas, donde nunca sabemos bien qué es lo próximo que ocurrirá.

(…)

11     Los poemas de Diego son articulados desde lugares en movimiento, por lo tanto surgen de una inestabilidad que los vuelve impredecibles. Las ideas vienen en cascada, cambian de dirección, desaparecen. Esta inquietud se ve aumentada por la consigna de trabajar lo menos posible con efectos dados de antemano, con relaciones desgastadas por el uso.

 

Album de signos imperdibles, por Darwin Bedoya

 

En la página retrospectiva Wayne Sorce recorre las calles de New York y Chicago. Tiempo después, el mismo Sorce pulsa un botón de disparo. Un Dron Phantom IV con cámaras First Pearson View proyecta sus destellos sobre un cúmulo de palabras diseminadas en anuncios publicitarios y un poeta se detiene en esa magia instantánea. (Suena la música de los Arctic Monkeys, Alex Turner se luce con la guitarra y reestrena un himno del álbum Favourite Worst Nightmare). Comienza la poesía, el diálogo transtextual.

Una exposición fotográfica. Una conexión de diseño y contemplación. Un cortocircuito. Explosiones verbales. Incrustación de procedimientos. Desarticulación de visiones. Diego L. García (Argentina, 1983) concibe Fotografías (Zindo & Gafuri, 2018), y nos regala un libro que constituye un leve giro de timón con respecto a su obra poética precedente y señala una apertura poniendo como hito este nuevo registro documental. El autor nos muestra que es capaz de apropiarse de las palabras y del diálogo/espacio trazado por el recogimiento y la claridad: nuevas perspectivas y un lenguaje reinventado: parajes existenciales.

Este libro, breve y dislocante, hay que leerlo despaciosamente; los poemas —a pesar de su gran capacidad de definición y su alta cuenta de pixeles y su pigmentación en pantalla LCD—, tienen el sello distintivo que el autor muestra como signo personal. La construcción poética simula una autopsia para ver cómo se produce el flujo poético luego de asistir a una exposición pictórica y, evocar el paso del tiempo que se reinventa y se representa en escaneos visuales. Aquí la palabra poética está despojada de todo artificio suntuoso, se pronuncia como pensamiento en torno a las propias posibilidades y fronteras de representación.

El autor despliega su capacidad creadora que probará consumarse en la mirada del lector: permanencia y significación activa. García trabaja en la certeza de la poesía, la única certeza a la que podemos abrazarnos: la perplejidad. Pero sin perder la conciencia de que mientras se hace poesía, también se reflexiona sobre su esencia. Los poemas están permanentemente vivos, son reales, están dialogando y regenerando imágenes y verbos; multiplicando efectos despolarizados.

Cada poema de este libro persiste en esa reflexión exigente sobre los límites de la poesía, pero desde dentro del poema. Hay cosas que no mutan/ aunque el troquel del universo esté listo. Hay un signo poético que se conecta con la razón de su vocación interrogativa: la idea permanente de traspasar los márgenes de la palabra escrita. En este libro, todo el cuestionamiento de la realidad fotográfica y la percepción del poeta se dirigen hacia la palabra y la palabra bordea los límites de la poesía: Una hoja con una canción/ que posiblemente iba a ser tirada. Teoría de nuestras vidas y tiempo. Ya estamos del otro lado de las primeras imágenes. Proyección del vértigo de los signos: condensación de las fórmulas poéticas.

 

 

Cusco, junio de 2018

 

 

(fotografías o interferencias entre imagen y texto), por diego l. garcía

la exposición de Wayne Sorce –fotografías callejeras de los 70 y los 80- plantea un problema: esas tomas hablan a través de carteles, grafitis, afiches, señales de tránsito y un universo de textos ocupa silenciosamente (o casi) el espacio. la disputa con la imagen, con los objetos y sus colores, con las formas del tiempo (automóviles, vidrieras, ropa, orden y desorden), da pie a una tercera textualidad: el ensayo de una intervención nueva en la que el procedimiento ha sido una mediación espontánea. confiar en el modo-lector que recorta y selecciona y que a su vez produce (otras fotografías) en el paréntesis de una serie incrustada.

esas otras (fotografías): alguien asiste al tiempo detenido. la experiencia se vuelve cuadro por cuadro una capa más del sujeto. ver cómo lo propio no lo es tanto y se inmiscuye fácilmente en la percepción del arte ajeno. propio y ajeno? trampas que sólo una buena malalectura puede solucionar. la velocidad del ojo que se ubica acá y allá ante una representación, la construcción que hace de lo que temerosamente llama “obra” pero también la construcción de sí mismo en esa interacción. leemos aquello que somos leyendo: el acto de vivir es también una lectura.

será que el lenguaje siempre genera otros lenguajes en su interior? el arte es esa puesta en abismo que no soluciona (no debería ni intentarlo) la pregunta por la verdad. cuál es la toma inicial (la verdadera)? el bienleer suele ser una técnica para despejar yuxtaposiciones, acomodar lo desparramado, asociar diccionarios mentales a lo desconocido. no hay emergencia sino adecuaciones. mientras que la experiencia no puede ser vinculada nunca con esas maquinarias de flagelación monástica. el yo en la escritura es –antes que un problema lacaniano- el punto de fuga (ya sea más o menos evidente) de las líneas reguladoras y perimetrales: el aspecto político de lo estético comienza ahí.

profundicemos un poco esa idea de lo espontáneo como procedimiento. después de este libro comencé un ensayo sobre el presente en la poesía, movido por esa intuición de que la escritura más productiva es aquella que surfea la experiencia del tiempo real. de algún modo funcionaría como escape a lo que F. Jameson refiere como la nostalgia del pasado que caracteriza a la improductividad posmoderna. cuando el poema es un objeto enmarcado con su esqueleto de alambre aprendido en el taller y sus exquisitas metáforas de hormigón, la literatura (o lo que queda todavía en esa palabra) deviene un bello diseño art déco (lo contemporáneo no es más que es el nombre de su representación material). acaso la poesía es meramente lenguaje y signo y esquema? (una línea muy en boga en estos días). qué ocurre con la experiencia, qué ocurre con la imagen del mundo y el yo que proyecta cuando el texto nace, inevitablemente, como interferencia? o se puede escribir como si metiéramos cubos en el BlockOut (googléese, un jueguito de mi época)? el espacio segmentado, listo para que las formas encajen y sumemos puntos mientras afuera los perros se pelean por una bolsa de basura

 

diego l. garcía

 junio 2018

 

 

(fotografías) : poesía inspirada en dinámicas urbanas, por Nueva Ciudad

El escritor y profesor en letras Diego García presenta su flamante libro de poesía en el que retrata con sensibilidad las distintas expresion sociales que surgieron en formato de graffitis y pintadas durante los 70 y 80’s.

De la mano de la editorial Zindo & Gafuri llega a las librerías (Fotografías), el cuarto libro del poeta Diego L. García en donde profundiza el encuentro que se produce entre la imagen y la lectura al encontrarse en la calle con un mensaje que se codifica de distintas formas en distintas partes del mundo.

“La exposición de Wayne Sorce –fotografías callejeras de los 70 y los 80- plantea un problema: esas tomas hablan a través de carteles, grafitis, afiches, señales de tránsito y un universo de textos ocupa silenciosamente (o casi) el espacio. La disputa con la imagen, con los objetos y sus colores, con las formas del tiempo (automóviles, vidrieras, ropa, orden y desorden), da pie a una tercera textualidad: el ensayo de una intervención nueva en la que el procedimiento ha sido una mediación espontánea. Confiar en el modo-lector que recorta y selecciona y que a su vez produce (otras fotografías) en el paréntesis de una serie incrustada”, explicó el autor.

García expone que cuando “alguien asiste al tiempo detenido, la experiencia se vuelve cuadro por cuadro una capa más del sujeto. Ver cómo lo propio no lo es tanto y se inmiscuye fácilmente en la percepción del arte ajeno”. En tal sentido sostiene que “la velocidad del ojo que se ubica acá y allá ante una representación, la construcción que hace de lo que temerosamente llama ‘obra’ pero también la construcción de sí mismo en esa interacción. Leemos aquello que somos leyendo: el acto de vivir es también una lectura”.

Nacido en Berazategui en 1983, García es profesor en Letras. Escribe poesía y crítica. Entre sus últimas publicaciones se encuentran: Esa trampa de ver (Añosluz editora, 2016), Una voz hervida (Jámpster e-books, 2017) y Una cuestión de diseño (Barnacle, 2018). Actualmente colabora en diversas revistas literarias.

A continuación, un fragmento del libro:

(Fotografía #6) Una taza dentro de una película

ya estamos del otro lado de las primeras imágenes.
lo que se esperaba no era sino un plano enfocado
con la delicadeza de un arte
más o menos conocido. nada de esto.
hace unos días vi una película en la cual la chica
dejaba al descubierto ciertos espacios
fuera del juego trillado de actuar
según una educación sentimental glamorosa. ella
anteponía a todo discurso
algo que no consentía lo esperable. y entonces
todo era corrido hacia un estado demasiado valioso:
encontrarse en esos pormenores
en los que nada hay que cumplir más que lo natural
de pasar por lo humano sin exponerlo
al óxido que dejan las ficciones
cada vez que sacamos un crédito en ellas.
ya estamos lejos. la taza nada especial y sus personajes
no nos deben explicaciones.
posiblemente el tiempo les dé la razón

 NUEVA CIUDAD

Notas sobre (fotografías), por Daniel Bencomo en LOW-FI Ardentía

Me gusta mucho el registro de este libro, me gusta mucho además la forma en la que leo que se piensa ese registro, desde una cercanía a lo objetivo, a la luz que cae por igual encima de todas las cosas y las inscribe en la imagen, como en la fotografía; puede sentirse una especie de progresión que conduce del vínculo inmediato con las fotografías de Wayne Sorce en los primeros textos, a hilar y desplegar, de la mejor manera, una serie de reflexiones en torno a tantas cosas, en torno a tantos temas –uno que tiene un peculiar relieve: la cuestión de la producción de un poema en latinoamérica, sus condiciones singulares o genéricas, sus posibilidades.

(saldos de fábrica)

todos hacen que pelean.
patadas vuelan de un lado a otro
en un restorán chino

las mesas y los platos
se quiebran como palabras
puestas en un paisaje

el héroe protege al lugar
y a la chica
contra toda una horda
de actores de bajo costo:

esto es la literatura

Creo que esa apuesta que se toma, la de ofrecer una alternativa distinta para continuar desarrollando el pliego (Leibniz) de lo que podemos pensar, queremos pensar – aquí hay otra imagen, mas que nunca en nuestro tiempo, una de deseo– como poesía latinoamericana, se logra, se disfruta, siempre desde un lenguaje preciso, ligero por decisión, cargado eléctricamente en la posibilidad de significado pero desde una distancia con la saturación del lenguaje.

lo que puede intercambiarse
es sólo una poética en la que
el café llega idéntico
en bangladesh – tokio – buenos aires

es una cuestión de estilo
como detenerse en los semáforos

La luz, parecen glosar algunos textos – a pesar de lo reaccionario o viejuno que puede sonar este término, usado aquí sólo por el símil con la imagen fotográfica, con su no-materia –, no depende de la acumulación de los objetos, depende de la posición de quien mira, produce y activa resonancias y mecanismos de revelado. De sus recursos. Derivas por un paisaje que se ofrece plano para lo que muta, en calidad de fata morgana, desde una foto con tintes de hielo y nostalgia hasta transformarse en el pasaje final de un videojuego donde, sí, también la vida parasita y avanza:

cada fragmento fue
una posta de luz para la existencia
ahora sigue lo imprevisto:
niños con trajes de superhéroes
corren hacia el fondo de la calle

 

Daniel Bencomo, notas sobre el libro (Fotografías) de Diego L García.
LOW FI-ARDENTÍA, octubre 2018

 

Diego L. García

Diego L. García nació en Berazategui, Buenos Aires, 1983. Es Profesor en Letras, egresado de la UNLP. Escribe poesía y crítica. Entre sus últimas publicaciones se encuentran: Esa trampa de ver (Añosluz editora, 2016), Una voz hervida (con ilustraciones de Ivankán, Jámpster ediciones, 2017) y Una cuestión de diseño (Barnacle, 2018). Fue colaborador de la revista Transtierros y actualmente en Jámpster y Alto guiso, entre otras.

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