umbría

Lucía Dorin

Buenos Aires - 2019

68 páginas, 21 x 14

ISBN 978-987-8320-01-4

Umbría – comienzo

Papel es la materia de mis cosas. Objetos construidos de pliegues y palabras. Los guardo y mi casa los esconde, sabe bien quién gana y de la nada las válvulas se vuelven río, la lluvia horada los techos, los caños fluyen sobre las bibliotecas. El agua me sigue, se fue acercando a los muros que me amparan. Los libros rezuman líquido. Mis diarios, desiertos húmedos. El agua me persigue en cada gota, invade mi vivienda y se apropia de los objetos. Sin huellas de mí en las estanterías que arrasó la corriente, me busco afuera, en otro amparo.

H. es la mujer que ve. Transfiere sus visiones a las cartas que me envía. A veces la escucho hablar en varias lenguas. Me dice que si sigo llorando la casa tal vez se apiade y vuelva a protegerme. Tomo la caja y salgo. Sentada entre las piedras, realizo esa tarea: la acción de las lágrimas no tiene efecto sin embargo.

El bosque es mi hogar a la intemperie. Sustancia viva en todas partes, hasta en la caja en la que conservo los vestigios con los que haré mi vestido de origami.

PRÓLOGO, de Juan Fernando García
Si el epígrafe funciona como entrada a un mundo que desconocemos –todo libro lo es, claro–, la cita del inquieto Jules Supervielle que abre Umbría crea una atmósfera anticipatoria, que una vez atravesado el libro resignificamos y se torna indeleble. Traduzco, al trote silábico, Delicados habitantes de los bosques de nosotros mismos ¿o es aceptable de nuestros propios bosques?

Poeta, traductora, docente universitaria, Lucía Dorin trabaja en una zona maleable de la palabra escrita, y esta breve obra es una prueba fehaciente: tensiona, en una prosa de sintaxis simple, un universo que bien puede ser enunciado en verso, o construido a la manera de esas nouvelles –¡bendito ese hermoso género!– que se eximen de la trama clásica y en el transcurso de lo narrado poéticamente, evitan las aliteraciones alarmantes, las rimas juguetonas. Hablamos de escrituras que abrevan en un lirismo personal, irreductible. Irreductible, digamos, para quien apuesta a una ficción que cuente, porque lo que Umbría viene a decir lo dice cantando, y lo declara en la primera estancia El bosque es mi hogar a la intemperie, y puedo agregar con Juanele, la intemperie sin fin.

Bosque, agua, una caja. Esos tres elementos constituyen el devaneo simbólico de este texto mestizo que se completa con un postfacio que da cuenta del recorrido artesanal, de un proyecto forjado en el tiempo, revisitado y por fin dado para ser dado a luz, salir de las sombras. Entonces, como una memoria alucinada, el registro en prosa se vuelve tenso, y aparecen otras voces, un recorte en poemas que parecen ramas de ese rizoma entretejido a niñas, madres, ancianas que habitan lo umbroso, lo apenas atisbado. Porque el mundo es escrito y ese bosque es de aguas y de papel.

Para dar cuenta de esa urdimbre de símbolos –bosque, agua, caja–, Lucía escribe dos textos. Uno que esplende en su textura de lírica sombría; el otro, un ensayo sobre las lecturas que van a dar a aquel universo ficticio. En la tradición de los márgenes luminosos, aparecen figuras de extraña estirpe dialogando con este libro misterioso: Supervielle de esta costa oriental y la otra; la inefable Edith Södergran; Diana Bellessi, danzante de variada máscara; pero también se hermana con El ramito de Noemí Ulla, algo de Marguerite Duras. Y un eco en eco de ese título enorme de Úrsula Le Guin, El nombre del mundo es bosque.

Umbría de Lucía Dorin viene a traernos aire, música, rumores y brillos de esplendorosa belleza, entramados a sombras y aguas. Y entre las voces, una, que dice: Soy la que ve, justo en la hondura. Por ahí es la entrada, una mujer abre la puerta y ahí estamos, bordeando la orilla.

Algunas palabras sobre Umbría, por Florencia Fragrasso

TEXTO LEÍDO EN LA PRESENTACIÓN

Desde que conocí  a Lucía, le presté especial atención a su habla, no solo por su timbre de voz tan peculiar sino por algo desajustado, en su sintaxis a veces, o en su semántica, otras. Luego, al empezar a leer su poesía descubrí que ese desajuste, como pasa en la escritura de Clarice Lispector, es marca de voz, huella de su biografía lingüística.  Ese “vivir entre lenguas” de Lucía la hace hablar/ escribir en un más allá del lenguaje que le da espesor a su decir, intriga, y despierta la curiosidad de aquello que, cercano, se nos vuelve inapresable. Cito de Umbría: (…) “la mayor parte del tiempo, permanezco entre lenguas (…) me quedo en el puente entre ambas buscando la manera de decir eso que quiero” (…). Al quedarse en el puente, no pocas veces, de la boca de Lucía salen palabras que apenas rozan el sentido deseado, o que tienen una vecindad fonética con lo que quiere decir, o una lejana música en común. En ocasiones, hay que practicar la interpretación simultánea al escucharla. Lucía busca la precisión cuando habla, la busca con desesperación porque está todo el tiempo a punto de escapársele. Al volverse experta en su lengua, se vuelve a la vez más extranjera. Por momentos parece que ella estuviera traduciendo mientras habla, con resultados que pueden ser desopilantes. La lengua de Lucía se ríe de sí, es sarcástica, lúcida, íntima, y desfachatada. Hace 22 años escribí un poema que decía:

Lucía dijo ventilador

por desodorante

y en su privadísima semántica

se cuelan carcajadas como peces

 

En su segundo libro, Umbría, libro-universo, libro-cofre, conviven todos esos vaivenes orales de manera contenida. Un libro trabajado con paciencia, estructurado, corregido, reescrito, siguiendo al pie de la letra las complejas leyes lingüísticas en las que Lucía se ha especializado, con la tensión de quien está a punto de salirse del molde, y no lo hace. La estructura de la lengua está hecha de simultáneos encastres, que, como ecuaciones, contienen posibilidades combinatorias incontables pero no infinitas. En ese borde está escrito Umbría. En el tenso arco que reverbera antes de que la flecha sea lanzada. Y también en el borde del género. Poemario, nouvelle, ensayo, diario de viaje, crónica de una pequeña odisea de papel.

Aunque me veo tentada, no voy a hacer acá una semblanza de mi amiga, esa especie de condesa rusa en el exilio francés que se paseaba por la Buenos Aires menemista con medias batik y un camafeo antiguo escondido entre la lana. No lo haré porque voy a hablar de Umbría. Pero Umbría se parece, inevitablemente, a ese personaje medio descentrado, que aglutinaba varios siglos en uno, con una vasta y caprichosa cultura, que llevaba un cuaderno en el que hacía ecuaciones matemáticas para pasar el rato. Ecuaciones y páginas de análisis sintáctico. En esos cuadernos Lucía intentaba acomodar su vaivén entre lenguas, sin saber tal vez que estaba diseñando, distraídamente, una lengua poética tan articulada como turbada.

Esa lengua anfibia que celebramos en Umbría.

En el libro, la chica del Ojo Salvaje le cuenta un cuento a la niña, cito: “una historia que ocurre en otro tiempo, en ese mismo lugar. Acompaña el relato con palabras en una lengua balbuceante. Autrui autrui autrui. Se oye el eco en el follaje.”

Umbría también es personaje, nombre propio. Podría ser un río, una región, un sustantivo y un adjetivo. Umbría a la vez como reposo y agitación. La sombra que da miedo y también ofrece la frescura necesaria. El castellano es todo eso para la lírica de Lucía, la abriga y la desfleca, en una rara libertad.

En esta historia, hay un mundo de papel que se inunda. Como si fuera el depósito de una vieja librería, se va llenando de agua. Ya sin identidad, el yo escapa. Se lleva una caja, santo y seña de sus memorias. Se revela enseguida que la caja contiene, cito:  “vestigios con los que haré mi vestido de origami”. Allí está su pasado en forma de cartas. La memoria sea tal vez la protagonista absoluta de Umbría. Memoria para la que no hay registro posible pero sí una caja-cofre, donde late una historia encapsulada que se desplegará a lo largo de las páginas del libro.

En palabras de Bachelard en La poética del espacio, “el poeta (…) amasa universo en torno a un objeto, (…) amontona riquezas cósmicas en un exiguo cofrecillo. Si en el cofrecillo hay joyas y piedras preciosas, es un pasado, un largo pasado, un pasado que cruza las generaciones que el poeta va a novelar. Las gemas hablarán de amor, naturalmente: pero también hablarán de poder, de destino. Todo eso es mucho más grande que una llave y su cerradura”. Pero en Umbría, en la caja no hay piedras preciosas sino papel. ¿De qué hablará el papel, entonces? El papel es materia endeble, se deshace con facilidad. Pero lo descifrado en un papel se puede tatuar para siempre en la memoria.

La narradora se exilia, escapando de la inundación. Un abanico de personajes femeninos míticos pueblan este bosque de ensueño. En una cadena de miradas y persecuciones, la mujer de la caja es a su vez atisbada y temida por la chica del Ojo salvaje. Estas criaturas del bosque son ninfas, dianas cazadoras, Dafnes, saben intuir y oler el bosque, respiran con él. Está H, la bruja, que puede ser lobo o pitonisa, la Baba Yaga que transforma su apariencia. También está la anciana que, con sus brebajes y sus conjuros, encuentra la caja tras el naufragio. Dice Bachelard: “Habrá siempre más cosas en un cofre cerrado que en un cofre abierto. La comprobación es la muerte de las imágenes. Imaginar será siempre más grande que vivir”. La respiración de la caja cerrada, sus anhelos contenidos, posibilitan y dictan la escritura.

Cuando nos conocimos con Lucía, recién cumplidos nuestros 20 años, una de las cosas que compartimos de inmediato fue el amor por los libros. Hay un hábito que tenemos en común, tal vez por venir de familias de libreros, que es el de oler un libro que nos cae entre las manos, inhalando profundamente, en una página al azar. Si el libro es nuevo, olemos la promesa. Si es viejo, olemos la humedad. Que no es sólo producto de los años de depósito. Sino del bosque del que, inevitablemente, todo libro querido, proviene.

Umbría es un libro pero es, mucho más, una escritura. Un recorte, como los moldes de costura que ilustran la tapa, que hizo falta para organizar una voz que no cesa, que en el medio del bosque dice y dice. Un ulular en espiral que, en el libro, encuentra su ecuación. El libro como ventana a través de la cual la lengua se ajusta, se clarifica, se da a leer a los demás.

Bienvenidos a Umbría, la ventana de cristal que nos permite enmarcar, y atisbar, algo del bosque lingüístico ululante de Lucía Dorín.

Y presten atención a su voz atemporal, que tiene, al igual que su escritura, esa cualidad a la vez prístina y profunda.

 

Florencia Fragasso,  septiembre 2019

 

Nombre en umbría por Rema

Las siguientes son notas que alternan entre fragmentos de un diario, un cuaderno y comentarios que harán veces de puente entre uno y otro. La forma viene de lo que fue la lectura de Umbría: un entrecruzamiento. Más o menos así, me pasó el libro de Lucía.

“14 de junio, clase de Morfología y Sintaxis: tema rema, ver. Tema es lo que conocemos, rema lo desconocido que ahora aparece.”

La nota, en un margen de ese día, es mía, y Lucía, la voz que dio pie. Rema, después, sería mi nombre. Pero entonces, más acá de ese otoño y llamándome yo todavía Florencia, apareció Umbría.

“Hay algo de nombre en Umbría que convoca. Nombre a oscuras o en reparo, sea acaso: el sonido de la espesura.

Había comenzado un diario de lectura, y con él, delicados habitantes de los bosques de nosotros mismos, vino a ser umbral o inicio de viaje hacia un afuera interior: un desfasaje. El bosque es mi hogar a la intemperie. Ahí donde la casa dejaba de ser, acá el nombre perdía, encontrándome en esa voz, huellas de mí: mi bosque fue Umbría.

Antes, lo que tenía era extrañeza para con “Florencia”, pero no siempre lograba darme cuenta: firmaba “F” o no firmaba nada, respondía en voz apagada y casi sin pronunciar todas las letras, casi pidiendo que no fuera recordado. Y sabe lo tan extraño, no pocas veces, permanecer así, como tan ajeno. Me persigue el agua, leí: la voz de Umbría, dando cuenta de lo que no dejaba estar, sabía decir: me extraño.

“Ya en el bosque, hay un sonido que se instala y que va como generando anclajes a lo largo del camino. Como si en ese viaje la voz buscara armarse de zonas conocidas y eso estuviera dado por la sonoridad de las palabras. El sonido es “ura”, y su primera aparición, de hecho, la hace con una imagen acústica: el sonido de la espesura. Luego serán hondura, embocadura, hendidura, entre otras tantas, las que irán entretejiendo la resonancia: como volver a alguna parte cada vez.

Elegir un nombre, acaso también sea, elegir un sonido conocido o en el que una se reconozca y al que quiera volver: busco resonancias que me aten a la tierra.”

Algo en la voz de Umbría me invocaba: sin decir mi nombre, lo hacía aparecer, y así me llamaba.

“5 de septiembre, un sueño: estoy en el bosque y un montón de ramitas entrelazadas, apenas más grandes que mis manos, son mi casa.

rama cada rama dice un poema de Mirta Rosenberg, La consecuencia. Una rama es distinta a un árbol y un árbol distinto a un bosque, pero no por eso se oponen. Son, de alguna manera, continuación. Y en el bosque hay umbría y en umbría algo de umbral, que es en parte luz, en parte límite y lugar de transición.”

A esta altura, lo que había comenzado como un diario de lectura, era de pronto el registro de eso otro que venía pulsando y a lo que Umbría favoreció a prestar oído. Rema era la variación a habitar: mi nombre en umbría, en umbral, mi transición. De otro modo: tuve que encontrar, lo que no sabía que buscaba, para poder decir: mi nombre es Rema.

“Así como umbría no niega a umbral, mi nombre ahora no niega a Florencia. Son, de alguna manera, consecuencia. Del mismo poema de Mirta: aunque a veces el bosque / lo oculte a la vista, lo contiene / el árbol en la palabra árbol.

Umbría vino a instalar un juego de ecos y resonancias, un andar que fuga al tiempo que se adentra y pausa (porque sí: también en esto hay paciencia) y que hicieron, de una Florencia que leía, une Rema que celebra: la poesía, siempre sea, deseo de enredadera.

Gracias, Lucía, para lo que de mundo quede y después.

 

 

Animación de Lucrecia Frassetto

Lucía Dorin

Nació en 1975,  y se crió entre Francia y Argentina. Es docente universitaria (UBA, UNA y Lenguas Vivas), magister en ciencias del lenguaje y en escritura creativa, traductora de francés e instructora de yoga.

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