No hay más

Karmelo Iribarren

 

 

Buenos Aires - 2013

100 páginas / 14 x 20

ISBN 978-987-45079-3-8

Cosas de la edad

 

Cosas de la edad,
supongo:

te da
por mirar atrás,
hacia tu vida,
y ves
que no ha sido
en el fondo
más que un puñetero
fraude.

Y después
—para joderlo
del todo—,
no se te ocurre
otra cosa
que mirar
hacia adelante.

Still life in Donostia, por Mercedes Mac Donnell
“Still life”, literalmente: vida detenida, es la expresión en inglés que se utiliza para referir a las naturalezas muertas o bodegones, esas pinturas que muestran composiciones de frutas maduras, vajilla, botellas, flores, peces y presas de caza, todo armoniosamente dispuesto sobre una mesa. Resulta sugestivo pensar la poesía de Karmelo Iribarren desde esta perspectiva pictórica. Porque como las imágenes de esos bodegones, sus poemas no buscan sorprender, ni siquiera se diría que pretenden agradar o interesar.

Representan situaciones de la vida cotidiana y doméstica. Son por lo general breves, claros, concretos como un pedazo de pan o como un vaso de agua. Lo que cuentan en líneas generales ya lo conocemos y sus escenarios, inevitablemente urbanos, nos resultan familiares, ajenos a lo críptico, de ningún modo enigmáticos. Hablan del amor, de la muerte, del paso del tiempo, de la nitidez insuperable que ofrece el alcohol para permitir observar el mundo como si uno no estuviera ahí, como si la desesperación fuese de otro. Y lo hacen de modo ciertamente confesional, a veces con ironía, otras veces con rabia, sin metáforas, sin rebuscamientos, sin otros recursos que las mismas palabras que utiliza. Lo que cuenta siempre es el del orden de lo sentimental, pero sin dramatismo y con un gesto notoriamente anti-lírico. Son poemas que se presentan a veces envalentonados por su propia pequeñez, otras veces aplastados bajo el peso de las palabras; poemas que hablan de una noche malgastada y triste, de una vida deslucida, poemas que parecen escritos por nadie, para nada, en cualquier lugar. Ni escuchándolos al revés podría encontrarse un mensaje distinto a lo que está escrito.

Cada poema de Iribarren se planta frente al lector y lo interpela del mismo modo que lo hace una manzana sobre una mesa.  Mostrándose simplemente. Con su vida detenida. Con la luz justa. No siendo más que lo que es: un paraguas que ya no puede más, una mirada que parece un cine cerrado, un hombre impávido ante el recuerdo de su padre muerto, una mujer que parece única, con la que podría llegar a pasar de todo y que al final no pasa nada. Sin embargo, en cada poema aparece la voz del poeta. Y ahí el poema se hace verdad, se hace real. Como cuando el poeta escribe: Esta noche el abismo entre mi soledad/ y lo que le importa al mundo/ va camino/ de convertirse en legendario, ahí encontramos al poeta. Poniendo palabras a las cosas. Volviendo a nombrar lo sucedido. Aburrido. Lúcido. Tan amargado que da gracia. Como si fuera una piedra arrojada en el fondo de un pozo. Reconstruyendo una y otra vez una escena, para llegar a la misma conclusión: No hay más. Corroborando que al final nada vale la pena.Así de cómico/Y así de trágico.

Con torpeza intelectual, con la maldad del cazador de mariposas, con la indisimulada pasión por justificar su rol en el universo literario, la poesía de este español nacido en 1959 en San Sebastián es definida una y otra vez por la crítica literaria de su país como “realista” y “minimalista”, e incluso hubo quien inventó una nueva categoría: “realismo limpio”, todos conceptos que desde entonces persiguen a Iribarren como una sombra.  Todas maneras, también, de  no querer advertir que su poesía se ríe a carcajadas de esas clasificaciones,  elude cualquier borde resbaladizo, desprecia la tentativa de buscar un sentido trascendente en la forma y decididamente tiene la voluntad de no abstraer de la experiencia nada que no esté prístino en las palabras que utiliza para contarlo. De todos modos, no importa.

Porque lo que importa es que el poeta, con auténtico optimismo nihilista, con la maestría que da la honestidad mantenida en el tiempo, continúa escribiendo. Y eso es una forma de felicidad que sin dudas su poesía transmite a sus lectores.

Mercedes Mac Donnell (2015)

No hay más, en Suda La Lengua por Renzo Masciocchi
El poeta español Karmelo Iribarren, precedido por una larga y personal trayectoria, ha caracterizado su poesía con claros y simples trazos de un realismo brutal, limpio (como dijera alguna vez Luis Antonio de Villena) y al mismo tiempo demostrativo de su propia vida. En tiempos como éstos, donde la posición de la poesía se ha maleado hasta llegar al punto en que el caminante diario no considera asidero ni posición en la literatura, Iribarren puede demostrar que es posible recorrer la ciudad y hacer poesía de la reflexión.
Pero, sin embargo, ésta no es una reflexión cualquiera. Es una reflexión de la disonancia entre ciudad y comunidad, donde Iribarren es lo más parecido a un perro callejero expectante de todas aquellas actitudes que pudiesen en algún punto, ya sea desde lo amoroso hasta la simple mirada injustificada y molesta de una mujer (“una mujer en el espejo, mirándome/ como si fuese yo/ el responsable/ de todo lo que le pasa, / de todo lo que nunca/le ha pasado”)[1] darle una característica peculiar a ser un sujeto más en la ciudad. Y reflexiones que no sólo se mantienen observando lo personal de las constantes caminatas que observamos en Karmelo Iribarren, sino que también lanzan perspectivas hacia el futuro como en “Intuición del Frío”: “No es el de la niñez, / aquellas mañanas de diciembre, / a lo largo del río, / hacia el colegio, (…) No, este es distinto, este/ da miedo: viene del futuro.
La editorial Zindo&Gafuri ha publicado “No Hay Más”, una antología, que al igual que “La ciudad” (Editorial Renacimiento, España, 2002) está revisada por el propio autor, manteniendo un carácter estético y de orden notable para adentrarse en la poesía de Iribarren. Sumamente importante es que lo haga una editorial argentina en crecimiento, significando Iribarren una cierta ruptura con la métrica y el ritmo tradicionales, incluso dentro de la poesía realista al llevar al extremo a la propia idea de ésta.
Y es por esa misma ruptura por la cual se hace necesario darle un paseo a esta antología, a un estilo poético que carece de estructura y, si bien pareciera ser una mera yuxtaposición de ideas, es un todo redondo y centrado que caracteriza la vida del hombre en la ciudad del hoy, en noches oscuras de incertidumbre, y en amores que no saben serlo. Leer a Iribarren es, de cualquier manera, leerlo a él mismo en su diario vivir, ya que plasma en cada uno de sus escritos una peculiar forma de ver la decepción, sin llantos de tristeza ni lamentos ortodoxos, sino como un hombre solo caminando por una que otra cuadra de cualquier ciudad de cualquier país.

[1] Miradas. Otra ciudad, otra vida. “No Hay más” Editorial Zindo&Gafuri, Argentina, 2013.

En defensa de Karmelo Irribaren, por Emilio Cobos

THE ELEVEN MAGAZINE,  España/ abril 2019

A estas alturas, Karmelo C. Iribarren no necesita que lo defienda nadie. Sus versos se sostienen por sí solos, sin necesidad de un armazón teórico que los vertebre o de que un sector de la crítica los proteja. Todo eso ha venido después. Poemario tras poemario, Iribarren ha ido erigiendo su propio canon fuera del canon, y se ha ganado el afectuoso favor de un público que ha sabido reconocer su valentía. Ya lo dice al final de uno de sus poemas, Mi arte y yo: “Nada para recrear la vista/algo sólo para sentir.” Pese a ello, aún hay quien se vale de la radical libertad formal y temática de su poesía para ningunearla y equipararla a la de esos poetuiteros que tanto proliferan, dotados únicamente del incomparable talento de no vacilar en pulsar la tecla intro cada dos palabras que aciertan a escribir. Puede que este sea el sambenito más injusto que se le haya colocado, y uno de los pocos de los que todavía no ha logrado desprenderse. Si bien es cierto que los poemas de Karmelo alcanzan gran notoriedad en las redes, al igual que los versos de los citados poetas que se leerían mejor estampados en el contorno de una taza que en las páginas medio vacías de un libro cuyo precio no baja nunca de los veinte euros, basta que el lector inteligente descorra las cortinas de sus prejuicios para dejarse abatir por su inapelable honestidad. Aquí es donde radica toda diferencia. La línea que separa a los que se dicen poetas de los que corren el destino de serlo. Aunque parezca que esta frontera es cada vez más difusa, la distancia que los aleja ha sido siempre la misma. Con la elegancia que otorga la naturalidad, Karmelo C. Iribarren huye de lo cursi y obra un milagro infrecuente: sus poemas, que parecen proclamar, como Max Estrella, el honor de no ser académicos, están llenos de verdad. Sus poemas, que también son auténticos prodigios del ritmo, no languidecen de afectación. Más bien al contrario: a veces, el autor esboza la mirada de lo cierto para expresar aquello que todos sabemos, como ocurre en Un día bueno (2013):

NO SOMOS MÁS

QUE EL TIEMPO QUE NOS QUEDA

CAMINANDO HACIA EL OLVIDO

QUE SEREMOS.

ES DURO, PERO ES ASÍ.

EL RESTO, LITERATURA.

LO MEJOR

ES NO PENSARLO MUCHO:

SEGUIR ANDANDO, TOMAR CAFÉS, ENAMORARSE,

VER LA LLUVIA…

La lluvia, uno de sus más recurrentes y emblemáticos elementos poéticos, se convierte en el símbolo de ese pesimismo activo que impregna toda la obra del escritor donostiarra, y que lo emparenta con poetas de toda clase, desde el hermético Paul Valéry cuando anuncia que “el viento se levanta/hay que intentar vivir” hasta el siempre inevitable Charles Bukowski. Por muy lejos que estén en la forma, todos cuentan lo mismo. Y, como reza el título de uno de los más geniales poemarios de Karmelo, seguro que esta historia te suena. Porque sí, sus poemas acogen al lector como un bar que aún sigue abierto bien entrada la madrugada. Y podría jurar que en alguna ocasión me he visto a mí mismo guiñarme un ojo desde el fondo de sus poemas y recordarme que, a la manera de aquel viejo verso de Goytisolo, “tu dignidad es la todos”. No en vano, por la obra de Iribarren desfilan mendigos, prostitutas, ancianos y perdedores de mediana edad que sólo saben que envejecen. En otras ocasiones el poeta presenta a la verdad tan desnuda, tan patética, que uno no puede, muerto de pudor, evitar levantar la vista. Sucede así en el poema Madrid, metro, noche (2011):

GENTE

EXHAUSTA,

CON LA VISTA

CLAVADA,

EN EL SUELO,

PREGUNTÁNDOSE

POR LA VIDA,

LA DE VERDAD…

PORQUE NO PUEDE SER

QUE SEA

SÓLO ESO…

Pero no todo es escepticismo, también hay espacio para la celebración: Karmelo celebra los días que invitan a amar la existencia y, más que ninguna otra cosa, Karmelo celebra la presencia de las mujeres, a las que denomina “el alumbrado de la vida” y que constituyen otro de sus grandes temas poéticos. Las mujeres que con las que cruzas la mirada, las mujeres que se fueron, las que nunca volviste a ver. Y, sobre todo, la mujer que lo vence todo, la mujer que, a pesar de todo, sigue ahí (Nocturno, 2013):

DE PIE,

JUNTO A LA VENTANA,

MIRANDO LA NOCHE,

A LA LUZ

DE LA LUNA,

TE RECORTABAS

COMO LA COSTA

DEL ÚNICO PAÍS

DEL QUE NO ME IRÍA

NUNCA.

Después de leer algo tan devastador y algo tan bello, queda claro que el único lugar común que Iribarren frecuenta son los bares. Dentro de ellos vivió más de veinte años, y dentro de ellos destiló más de la mitad de su obra poética. Quizá por eso los sintamos tan nuestros. O puede que sea porque no hay mayor metáfora que la propia vida. Karmelo lo sabe bien. Por eso su poesía, que entra en nosotros a través de nosotros mismos, describe mejor la sociedad en que vivimos que cualquier tratado de sociología. Y por eso, aunque a estas alturas Karmelo C. Iribarren no necesita que lo defienda nadie, nunca está de más recordarlo.

Sobre No hay más, por María Gutierrez
Al principio/ querés cambiar/el mundo, / y al final/ te conformás/ con dejar el tabaco. 

Estos versos del poema que da nombre al libro anudan la inmensidad de la vida que abarca esta producción poética. No hay más es una antología de diversas producciones organizadas de acuerdo a varios sentidos, tanto temáticos como cronológicos: los reúne un sentir sobre lo contemporáneo que trasciende un tiempo lineal para intentar develar las sombras del devenir.

El cinismo que lentamente desgranan las palabras se acentúa en una cotidianeidad dibujada con las pequeñitas/enormes cosas de la vida que ilustran una relación amorosa, una relación casual, la muerte del padre a quien el destino no le permitió ni siquiera llegar a querer. Una España del “destape”, pero también del silencio. Una España concertada en millones de muertos no nombrados y supuestamente olvidados se abre paso acodada en la barra de un bar, con unas birras, mucho faso y algo así como miradas elocuentes, que pueden hacer creer que, de la nada, pasan a ser únicas para finalmente ser una más: así las mujeres despliegan su seducción y erótica al saber del límite que pone el llevar un cadáver en el asiento de atrás. Muchos cadáveres dejó España en su camino, mucho silencio para poder “gozar” de ese festín que no puede menos que transformarse en una angustia cínica sobre la vida.

Y sin embargo Karmelo nos introduce con dulzura y fluyendo en la vida cotidiana de su país atravesada por la contemporaneidad que retorna  como síntoma.  Esa contemporaneidad que, al decir de Giorgio Agamben, es intempestiva, es una desconexión y  un desfasaje. Ese desvío y ese desfasaje permiten  al autor percibir y aferrar su tiempo donde resuenan no las luces sino la oscuridad. Esa oscuridad brillante es la que ilumina el poemario de Karmelo Iribarren.


No hay más, nos lleva a todo lo que hubo, lo que hay y la tensión que  pone en juego el lenguaje en el devenir del sujeto y ese límite contundente: ¿no hay más dónde?  ¿en la vida? ¿en el deseo? ¿en las palabras?

No sin ironía y hasta sarcasmo, por momentos,  No hay más va  al límite, con figuras que de retóricas no tienen nada: son pura y cruda sensación, son pura y cruda vida, son pura y cruda emoción. poner una palabra /detrás de otra/hasta llegar a la última./ Y cerrar con un punto. Pero siempre en el límite algo hay: el yo, el nosotros, el transcurrir  y tanto más.

La ubicación temporal, el punto donde seguro que esta historia te suena,genealogía que anuda el presente como una fantasía, nunca perdida, para poder vivir cada historia como irrepetible. Y nuevamente el lugar irónico/melancólico de pensarse y creerse la nada, donde aparece el vacío:mejor/ que sigas pensando/que tengo mucha vida interior/y que te aguardan/ momentos irrepetibles. O la despedida del padre en el pacto silencioso de la familia, la finitud, el viaje hacia ningún lugar, en tanto, lo cotidiano nuevamente“mis tías/me acariciaron la cabeza/ varias veces”.

El tiempo, con su impronta lleva, sin poder detenerlo,  inexorablemente hacia la nada. Entre tanto transcurre, con una placidez anodina “así la veo pasar yo/-desde el fondo de la barra-/invierno tras invierno” o “los días pasan/-como el cartero frente a mi buzón-/de largo/ y se inmolan/allí/sobre el mar”.

El espacio, la ciudad, mundo fantasmático donde se despliegan las sensaciones, el movimiento y los personajes de una película en cámara lenta de insomnes fracasados, de pobres tipos. parece un oficinista en paro./o algo así. Un pobre tipo,/en cualquier caso, uno de tantos/ de los que está llena la ciudad. Esa ciudad que se configura en una Madrid que alberga mitos gloriosos  y esconde en el subsuelo lo que Karmelo devela con intensidad en   Madrid, metro, noche: gente/exhausta,/con la vista/clavada/en el suelo,/preguntándose/por la vida/la de verdad…/porque no puede ser/que sea/solo eso….

El reflejo rápido y sagaz de cuánto ha cambiado el país, con la neoliberal impronta de la pasión por los objetos, los nuevos, los últimos, esos atrás del que después no hay nada.

Y como un mantra:  lo peor del caso/lo más triste, es que ya/ ni siquiera/nos importa.

Pero a la vez, el registro de que nada es gratis, el presente continuo de una realidad que nos lleva a la negación pero que, como una recomendación insistente nos recuerda que conviene no olvidar y que es promisorio volver a intentarlo.

Karmelo Iribarren es un contemporáneo  por el coraje de mirar lo oscuro, fijar su percepción allí pero a la vez vislumbrar una luz, esa que se aleja infinitamente de nosotros. La que se configura como una utopía o una cita a la que nunca concurriremos anundando el ser a la  falta: ese incesante/soñar con lo imposible. O como nos refiere en Una pizca de luz, un  ensueño que aparece con un tenue brillo que muestra, como un oxímoron, que después no hay nada.

Y sin embargo,  entre la oscuridad y la luz, el viaje continúa.

María Gutiérrez

Karmelo Iribarren
Nació en San Sebastián (Guipúzcoa, España) en 1959. Sin haber pasado por la universidad ni frecuentado circulos literarios, se inició en la poesía luego de trabajar como vendedor, albañil, encuestador y finalmente de camarero o mozo durante más de 20 años. Durante los años 70, su obra fue publicándose en distintos fanzines pero el poeta no se decidía a reunir sus poemas en un volumen definitivo; y  una noche de 1989, destruye todo lo escrito hasta ese momento, con excepción de unos cuantos poemas de 1985 y 1986, que integra más tarde en sus libros. En 1993, el Ateneo Obrero de Gijón incluye su plaquette  «Bares y noches» en la colección de poesía Máquina de Sueños, dedicada a difundir la obra temprana de autores poco conocidos, lo que le anima a enviar el original de su primer libro, La condición urbana, al editor y también poeta Alberto Linares. «No hay más» (antología) es el primer libro publicado en Argentina de este autor que cada vez alcanza mayor reconocimiento por su amplia y peculiar obra.

Pin It on Pinterest

Share This