Buenos Aires - 2016
64 páginas / 14 x 20
ISBN 978-987-3760-50-1
Levantamos paredes
hoy ayudé en una obra en construcción
levantamos paredes.
Hoy ella hizo fideos, compró cerveza.
Hace calor.
Esta noche dormimos juntos
con la ventana abierta.
Mañana me pagan
mañana invito yo
mañana.
Sobre Ahora que estamos en verano, por Ariel Tenorio
Envuelto(s) en una paz apocalíptica, por Mónica Rosenblum
Piano piano o un poema por día, por Josefina Fonseca en Solo Tempestad
Las mudanzas sentimentales, por Gustavo Yuste en La primera piedra
El poemario Ahora que estamos en verano (Zindo & Gafuri, 2016) de Rubén Guerrero tiene al movimiento sentimental y al de los objetos como principales preocupaciones, como si el orden de las cosas fuera algo tan frágil que necesita ser escrito en una caja. Con un estilo directo y llano, el autor genera empatía a lo largo de las páginas con imágenes cotidianas y, al mismo tiempo, con una profundidad propia.
¿Qué sensaciones se producen cuando todos los objetos que componen nuestra vida cambian de lugar? ¿Las cajas son el principio y el final para todo lo que acumulamos? El poemario Ahora que estamos en verano (Zindo & Gafuri, 2016), de Rubén Guerrero, tiene al movimiento como eje principal. Ya sean objetos o sentimientos, nada parece quedarse quieto, al igual que las estaciones del año: por más que haya un orden preciso, nunca la costumbre es total.
Las cosas que se escapan siempre logran más visibilidad que aquellas que se mantienen inamovibles, y ese movimiento es algo difícil de traducir. Escribe Guerrero: “A mí, últimamente, las cosas no me salen bien./ Son las tres de la tarde, abro la ventana/ el gato se escapa/ y sé/ que no hay más siesta/ por hoy”. Sin embargo, esa dificultad también puede manifestarse para lo que permanece y perdura: “Vuelvo/ me seco la lluvia/ tiro la toalla/ y me doy cuenta/ de que no falta nada/ está todo acá/ todo esto hay/ nada más”.
De esta manera, los mudanzas sentimentales parecen ser el tema principal de Ahora que estamos en verano, donde los vínculos con una casa, una pareja o los objetos que conforman nuestra vida pueden verse alterados aunque, en el plano más estricto, nada se haya desplazado geográficamente. En esa dirección, el autor puede afirmar: “Lo que falta, falta por amor o por algo parecido al abandono. / Tenemos tres sillas, la mesa, servilletas, la cortina, una lámpara, un portarretratos./ Hay cosas que son así”. Esa simpleza y cotidianidad en los versos de Guerrero hace un zoom especial sobre la profundidad que esconde todo aquello que damos por naturalizado.
A veces interpelando al lector, otras veces en un diálogo interno que hace referencia a la tarea de escribir (“Escribir un poema por día/ uno sólo/ o/ piano a piano.// Antes de escribir/ mirar el horóscopo”) que atraviesa a todo el libro, el flujo de los sentimientos no se detiene nunca en este poemario, ya sea con la sutileza del movimiento terrestre que genera el cambio de estaciones o con la violencia de los ruidos nocturnos, todo está ahí, en un desplazamiento constante. Después de todo, el autor es claro y desnuda su modus operandi: “Para mí, primero viene la melancolía/ y después del resto”. A partir de ahí, se verá cómo seguir.