La patada del chancho

Horacio Fiebelkorn

 

Buenos Aires - 2016

76 páginas / 14 x 20

ISBN 978-987-3760-44-0

1

 

Lo que querías
escuchar
manipuló tu nombre
escrito
con tinta china,
¿recordás?
Empezó
verborrágico. Empezó
en el dedo fácil.No, no, son casos de
censura verbal.
Uno de Magnetto,
lo que el dispositivo
de la catedral
no habría inventado:
la rueda.
La patada del chancho, en Op.Cit

Horacio Fiebelkorn, dos novedades

La editorial porteña Zindo & Gafuri publicará La patada del chancho, un nuevo libro de poemas de Horacio Fiebelkorn (La Plata, 1958). Además, Club Hem, de La Plata, lanzará Cerrá cuando te vayas, una colección de crónicas platenses.

 

A continuación, una muestra de cada volumen, el texto presentación de las prosas, por Mariana Enríquez, más un audio del autor hablando de las publicaciones en una entrevista radial que se puede escuchar aplicando sobre la imagen.

 Fiebelkorn es poeta y periodista radicado en Buenos Aires; trabajó en Radio Universidad de La Plata, donde condujo los programas El Cazador Americano y La Hora de los Magos. Colaboró con la revista Humor Registrado y fue coeditor del tabloide de poesía La Novia de Tyson. Su obra poética editada comprende los siguientes libros: Caballo en la catedral (Ediciones El Broche, La Plata, 1999), Zona muerta (La Bohemia, Buenos Aires, 2004), Elegías (Ediciones Al Margen, La Plata, 2008), Tolosa (Eloísa Cartonera, Buenos Aires 2010), Elegías (2a. edición, Determinado Rumor, Buenos Aires, 2011), Pájaro en el palo. Antología personal (Civiles Iletrados, Montevideo, 2012) y El sueño de las antenas (Ediciones Vox, Bahía Blanca, 2013). Textos suyos fueron publicados en México y Brasil. Algunos de sus poemas fueron traducidos al portugués por Virna Teixeira y publicados en una plaqueta con el título O tempo que se perde em buscar o tempo perdido (O Arqueiro Verde, San Pablo, 2011). Figura en diversas antologías, entre ellas: Poesía, 36 autores (La Comuna Ediciones, La Plata, 1999), Poesía erótica argentina (Manantial, Buenos Aires, 2002) y Naranjos de fascinante música. Poesía contemporánea de amor en La Plata (Libros de la talita dorada, La Plata, 2003). Hincha confeso de Estudiantes, se formó, según sus propias palabras, en “la escuelita de Zubeldía”.

 

 Cadena

 Este es el poema
del amor y la prosperidad.
Quien hasta el fin lo lea,
tendrá la dicha.
Quien lo lea o escuche
hasta el final, obtendrá
buena ventura.
Quien lo abandone
quedará de frente
a la desgracia.

Más vale se queden.
Más vale se abracen
a este poema,
que es amigable
como un perro, sedante
como el lomo de un gato,
emocionante
como la persecución
de una laucha.

Porque este poema
tiene amor
y prosperidad.

Todos hunden su jarra
en el poema
y la llenan
de su jarabe.
Un poema
para la tos,
para los callos,
el reuma, las caries,
la esclerosis. Versos
para la cirrosis
y la neurastenia

Toda clase de fobias
pueden conjurarse
con estas grageas,
que también
se consiguen
en formato de
supositorios,
plenos de amor
y prosperidad.

No tiren este poema.
No lo tiren.
Rosana Mentasti, de Chivilcoy,
lo leyó hasta el final
y acertó a la quiniela.

Ricardo Santander,
de Almirante Brown,
abandonó el poema
en el segundo verso
y se le secaron las bolas.

Matilde Garófalo,
de Brandsen, tardó
una semana
en leerlo pero al final
pudo curarse
del insomnio.

Marcelo García, de Moreno,
tiró este poema
a una zanja
y fue asaltado
dos veces
en diez días.

Bieaventurados
los lectores pacientes
que miran más allá
y siempre quieren.

Hagan cien copias
de este poema
y repártanlo
entre amigos y enemigos.

Cien copias
por carta
o telegrama
para pegar
en cada puerta.

Cien correos electrónicos.
Cien avioncitos de papel.
Cien en la cara del tiempo,
uno solo en el culo de dios.

***

Travolta en la galería

En algún momento de 1978 se lo pudo ver a Travolta en la galería Rocha de La Plata.
Era un morochito más bien bajo, peinado como su ídolo, que se ponía a bailar cuando en la disquería Paleo sonaba Stayin alive.
Ahí nomás le armaban ronda y el negro bailaba. Era muy bueno, había sacado el paso al detalle.
Pero había algo que no andaba bien ahí. Cuando al pibe le preguntaban el nombre, respondía “Tony Manero”.
La escena se repitió durante unos cuantos días, y  los comerciantes de esa galería empezaron a tomarle el pelo a este lunático. Lo tenían de mandadero, le hacían encargues absurdos, como llevar dos tarros de pintura de un lado al otro. El loco iba y venía con la pintura, desorientado, de una galería a otra, ya que estos comerciantes tan geniales se habían pasado el dato de que había alguien digno de su burla.
En eso volvía a sonar en la disquería la canción salvadora, y ahí sí, Manero en su mejor forma lustraba las baldosas a puro fandango.
Pasó la moda de la película y el chiflado no apareció más. La tierra se lo tragó.
Los comerciantes de la galería volvieron a su tedio habitual.
Los mufados que caminábamos sin rumbo por esa ciudad vacía volvimos a nuestras cavilaciones. Escuchábamos “Ondas”, un programa de rock y textos raros que salía los domingos por Radio Universidad.
Era 1978, y en los parlantes de las galerías sonaban Donna Summer, Gloria Gaynor, Bee Gees, KC & the Sunshine Band.
No había lugar para nosotros. Tampoco para el pobre Travolta, pero él no lo sabía. Dios lo tenga en su santa gloria.

 

Sobre Cerrá cuando te vayas, por Mariana Enríquez

“Yo iba a lugares llenos de gente primitiva y bestial” dice Horacio Fiebelkorn en este libro sobre La Plata y la adolescencia, dos territorios que, para muchos, son inseparables porque las calles de la ciudad son guaridas a cielo abierto para los pendejos: los nativos y los que llegan a estudiar, los que circulan incansables e insomnes por sus antros y sus noches. Cerrá cuando te vayas acumula recuerdos pero no nostalgia; al menos, no una nostalgia suave y otoñal sino el registro del pasado lleno de sexo, violencia,  incendios, aburrimiento, tipos que tragan hojas de afeitar, poetas olvidados, Travoltas de galería, Jorge Pinchevsky y el Mono Cohen, la redacción del único diario que se edita, chicos que se pajean en un cine hoy demolido, el rock como fuerza revolucionaria. Pasan los años de Onganía, Lanusse y la vuelta de Perón, también la dictadura de Videla; suena Pescado Rabioso y ya se huele la muerte, sobrevuela una ciudad que será castigada duramente. Pero Cerrá cuando te vayas también es un mapa de la ciudad, su invisible calle 52, el Bosque, la Catedral incompleta, las diagonales, el vagabundeo en un paisaje que hay que inventar; llega, a ramalazos, hasta los precarios años noventa y tiene tiempo de despedirse de quienes se fueron antes. Y quizá porque le escapa al sentimentalismo es un libro triste, seco, escrito con la garganta apretada.

Sobre La patada del chancho, Carlos M. Eguía

 

Mark Strand dice en “Nuevo manual de Poesía” que “si un hombre entiende un poema tendrá problemas”. Confieso que después de leer el primer poema largo de “La patada del chancho”, no los tuve. A mi modo de ver, arranqué perfecto. Lo bueno de no entender, además de que uno no suma problemas a los que ya tiene por el solo hecho de existir, es que quedás como suspendido en el aire, sin apoyo, sin fundamento necesario, lo repito, ni siquiera tenés un problema al cual darle solución y esto es más inquietante aun.

No hay nada que entender.

Así funciona la poesía que me gusta, derrapás y la baranda más cercana para asirse  es el sinsentido, pero es en ese vórtice donde tu imaginación se activa. Esta antesala me sirvió luego para continuar la lectura de los otros 5 poemas también largos que componen este libro.

Con la imaginación disparada, el tono mental es el ideal para leer poemas. Retorno al primero llamado “La máquina de Markov”, a una suerte de prefacio donde el poeta reflexiona sobre la forma que se generó para componerlo y crear su Frankenstein, que como él mismo reconoce de entrada, podrá volverse pronto en contra y entonces deberá dedicarse a escapar ya que ni siquiera sabe si podrá leerlo en voz alta para en cierta forma dominarlo.

Esperemos que se anime.

Resulta que este monstruo patea el tablero de entrada, aparentemente se va de cauce y de causa, rompe con todo, la herramienta con la que su mentor eligió crearlo es un dispositivo en la red que genera frases a partir de textos escritos, la tecnología interviene también en la composición, el algoritmo ordena, y Horacio re ordena, vuelve a componer. Las operaciones de armado que inicia y pone a funcionar de nuevo a través del verso disuelven los límites del sentido ordinario, de las lógicas gastadas, liberan la fuerza poética, ya que quien  ejecuta este procedimiento finalmente no es el algoritmo ni un filosofo analítico que hace juegos de lenguaje, sino un poeta que juega con el azar y diluye los referentes. Es así que la nueva disposición, la nueva combinatoria, pasada por el tamiz del oído y la visión del poeta, Horacín, como lo bauticé hace rato, quizá para diferenciarlo un poco del clásico latino, crean un mundo distinto, desde luego incómodo para la razón, un malestar conceptual se genera, una especie de absurdo, algo está pasando y no sabemos qué. La única forma de progresar es rítmica, pasar de un verso a otro fijando vértigos como decía Rimbaud. El lector se desacomoda y libera a la vez, pero el poeta, emulando la patada del animal, cuando compuso la hizo corta, creó líneas en breve vibración. Dice el poeta:

 

La mugre

de alguna cosa

es esta calesita

medio incomprensible.

Quizá entonces por ahí va el asunto, no es vacío, puro juego de lenguaje, sino entrada de una creatividad emocional que desestructura  un mundo conocido para emprenderla con la exploración.

En ese espacio de dimensiones múltiples que se presta mal al conformismo, el vuelo imaginativo encuentra su atmósfera. Como si el tiempo absoluto de Newton se descompusiera en el tiempo relativo, deja de existir la secuencia en la que creemos vivir, es decir, pasado, presente, futuro. El pasado puede estar delante de nuestros ojos, el futuro atrás, algo así. Sí, el autor de este poema tiene razón, se trata de un monstruo, pero sin duda encantador.

Después de esto el libro continúa, pega otro salto, abandona al Frankenstein que queda solitario, sin esperar otro lector, sabe que vendrán por él, de todas maneras no le importa demasiado si no ocurre, persistirá allí, en el ámbito del poema, donde lo primero que se infringió es el sentido común.

Para esto nosotros, que acabamos de abandonarlo, ya estamos adentro de lo que sigue: un blues a las cucarachas. Con “Cuca´s blues” caemos a la música en un fluir al ras, en una proliferación que invade el espacio, donde el humor y la sordidez sintonizan otras poéticas con las que dialoga Fiebelkorn y con las que, en conjunto, creo que forman una constelación que sigue emanando luz. Con esto quiero decir que esa vía no esta cerrada, sigue pulsando. Esas poéticas compañeras son: de la década del 20, la de Nicolás Olivari, y la contemporánea de Alejandro Rubio.

Sigue “Patos trastornados”, les diría que es mi preferido, junto al que cierra el libro, titulado “Dos ensayos”. Se preguntarán por qué me gustan tanto más que los otros. Bien, es que me encantan y punto. Esto ya es motivo suficiente para mi, no tengo ganas de explicarme ni explicar a nadie el por qué. Ustedes cuando lo lean tendrán la oportunidad de coincidir o pensar diferente.

Con el poema “Cadena” ocurre algo muy novedoso, el lector desde los primeros versos queda atrapado en su caudal, se convierte en personaje, si se deja fluir con el sentimiento que va encumbrando al poema tendrá un final feliz, si quiere rajarse le sucederán toda suerte de desgracias, varias de las cuales son expresadas en algunos versos sin rodeo ni circunloquio. Ustedes vean qué hacen, yo fluí hasta el punto final, tenia el protagónico, como lo tendrá, por otra parte, cada lector que entre con él a escena, y junto al papel, claro, la oportunidad de elegir entre las dos opciones.

Bueno, ya cerrando, “La patada del chancho” es un libro que nos abre la oportunidad, como toda la poesía de calidad, de escuchar, de atender una voz, ingresando a su dimensión estética entendida como la tonalidad intensa del pensamiento y la emoción, una vez adentro no queda otra que avanzar tratando de alcanzar esa autonomía que propone  el arte original.

Basta una muestra de “Dos ensayos” para oír la musicalidad del verso y su potencia evocadora.

Dice el poeta:

Cada cosa es lo que

la cosa trae

con ella. Cada cosa

es la suma de

cada cosa. La sombra de

la carga: su peso.

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Sobre La patada del chancho, por Daniela Pasik

 

El humor en la poesía es algo que existe, históricamente, pero que de alguna forma se fue diluyendo. Ese juego, esa gracia, se perdió en el tiempo entre otras búsquedas y quedó escondido, un poco relegado. Tanto, que hoy resulta novedoso cuando sucede. Y no debería serlo, porque poesía y humor son, en muchos puntos, lo mismo.

Isidoro Blaisten decía, y escribió, que el humor se parece a la poesía por su mecanismo, ya que es siempre, en esencia, una metáfora. Porque establece un nexo inesperado entre dos cosas aparentemente imposibles de comparar. Horacio Fiebelkorn juega a lo largo de su obra, en sus libros de poemas y en su prosa -pero también en sus post de Facebook y hasta en sus comentarios analógicos en los rincones (no tan) trasnochados de los (pocos) eventos sociales a los que asiste- a unir el humor con la poesía. A veces es sutil, otras bestial, pero siempre se devela algo si él lo narra.

La patada del chancho, como todos sus otros libros, está dividido en secciones. Este tiene seis. La primera se llama La máquina Markov y es un juego, literal. Son frases robadas en redes sociales con las que el autor construye poemas, enrarecidos y sorprendentes, pero sin perder nunca su voz. Y entonces por ejemplo resultan en maravillas como “Un zapato/ es un fenómeno/ de ocurrencia común/ entre amigos” o “Mario, en el derrumbe/ de tu idea” o “No saben ahora/ a dónde te mando/ un abrazo/ para evitar errores, por algo”. Entre otros hits.

La segunda sección es otro tipo de divertimento. Se llama Cuca’s bluesy es una oda, en cinco poemas, a la desidia de una casa o una vida invadida por cucarachas que (gran juego) nunca se nombran. La tercera parte es Patos trastornados, un ave torpe y nada grácil (“Nadie los piensa pájaros./ Y sin embargo qué vuelo/ el de los patos”) que suele poblar varios poemas de Horacio en general y que ahora, acá, aparecen en fragmentos de ideas como “pienso que nunca/ comí pato, nunca/ vi volar un pollo”.

La pasión según puta, la cuarta parte del libro, es un poema largo atravesado de historia y sexo y no es gracioso, aunque no pierde su capacidad lúdica. La quinta sección se llama Cadena y ahí el disparate toma forma y fuerza, como una poesía barroca, pero actual, y pide que no se corte, que hagan 100 copias, que no lo abandonen, a riesgo de que se les sequen las bolas. La última parte, Dos ensayos, es como una charla sobre poesía, y literatura, y la palabra. Sin ánimo de spoilear, vale decir que el libro cierra con un poema que cierra con estos versos: “Voy a cerrar el poema/ y el libro/ para que no me espíen”.  Flor de juego.

El humor y la poesía son maneras de ver el mundo. Formas corridas un poco del lugar evidente, que rascan el empapelado de las cosas para mostrar lo que hay debajo y desgarran, cuando funcionan, el velo de la belleza, de la estupidez humana, de la vida automatizada. El humor sirve, además, para destruir la pomposidad. Y la poesía siempre precisa cada tanto pasear por ese tipo de destrucción. En La patada del chancho hay juegos, chistes incluso, pero sobre todo hay un humor amargo, tan jocoso como bestial. Nada más lejos del chiste fácil, pisar la cascara de banana y risas. No.

Porque la poesía no sólo puede ser divertida, si no que a veces, realmente, debe serlo. Hace falta. Es necesario. Se agradece como lector ese sacudón que acomoda los melones en la carreta. Y no es fácil lograr ese mix preciso. Y ojo: no hay que confundir humor con alegría. Esa línea, Horacio la traza en este libro, en el que juega a una especie de mix entre el Poema al Pedo de Francisco de Quevedo y aquel “A los poetas risueños», de Rubén Darío.

Y eso es potente, como una patada de chancho, que es breve y concisa. No se refiere justo a eso el título, tan amenazante como gracioso, aunque también sí. El dicho, en realidad, es «Más corto que patada de chancho». Y el libro es breve, aunque no tanto. Y los poemas son cortos, aunque en realidad sería más preciso decir no tan largos. Y si la brevedad de un hecho se compara a la extensión de la patada del chancho, su uso en el libro va más allá.

Fiebelkorn es el chancho, y la patada que arroja con sus poemas son un sacudón breve, pero bastante existencial, que pueden acertar, PUM, en el lector y, entre risas, hacerlo darse cuenta de la contundencia, estar divertido y de pronto notar que justo falta un poco el aire. Porque una patada de chancho, también, además de divertida de ver, debe ser dolorosa.

Daniela Pasik

Una lengua áspera, entrevista en Diario Los Andes

Una lengua áspera

Horacio Fiebelkorn, poeta y periodista, fue colaborador de míticas revistas como Humor Registrado y La Novia de Tyson. Ahora el escritor vuelve al ruedo con el filoso libro “La patada del chancho”.

Por Augusto Munaro – Especial para Los Andes

Horacio Fiebelkorn (1958) es poeta y periodista radicado en Buenos Aires; trabajó en Radio Universidad de La Plata, donde condujo los programas “El Cazador Americano” y “La Hora de los Magos”. Colaboró con la revista Humor Registrado y fue coeditor del tabloide de poesía “La Novia de Tyson”.

Su obra poética editada comprende los siguientes libros: “Caballo en la catedral” (1999), “Zona muerta” (2004), “Elegías” (2008), “Tolosa” (2010), “Pájaro en el palo. Antología personal” (2012) y “El sueño de las antenas” (2013). Poesía indagatoria, que tensa los alcances del realismo y extiende su dominio.

Con la reciente aparición de “La patada del chancho” (Zindo & Gafuri),  Fiebelkorn nuevamente le escapa al lirismo, lo trasciende para dar de lleno con esa realidad.

Sin remilgos, ni afectaciones, la suya es una poesía concentrada que trabaja las diferentes modulaciones de nuestra lengua. Así, estos poemas ásperos construyen una revelación: avanzan de manera epigonal, línea a línea, buscando percibir de otra manera las palabras. Iluminando.

-¿Cómo surgió La patada del chancho?, dicho sea de paso, título singular debo confesar. 

-Es un libro de poemas largos compuestos con versos cortos. Cortos «como patada de chancho», dice el dicho popular. De ahí el título. Si bien es un conjunto variado en lo temático, lo que le da cierta unidad es una voluntad de juego con el género, con momentos de ruptura sintáctica. No soy muy partidario de explicar un libro o un poema, siento que condiciona la posible lectura, como que le corta las piernas al texto.

-Alguna vez dijiste que tu poesía, por lo general, suele no tener «misión, ni mandato, ni programa». La máquina de Markov, es decir, donde un evento depende únicamente del evento inmediatamente anterior, respondió a un proceso muy particular. ¿Qué intentaste explorar en él?, ¿por qué?

-En ese poema largo, dividido en varias partes, es donde el juego se torna explícito. Porque es una intervención sobre el resultado que obtuvo la aplicación de un algoritmo sobre textos escritos en redes sociales. El algoritmo mezcla todo: una frase casual sobre el estado del tiempo, un comentario sobre la realidad política, un chiste sobre algún personaje ridículo de la TV, o un poema de algún autor que te gusta.

Lo mezcla todo, y lo vuelve a servir, con una sintaxis dislocada en el centro de cada imagen resultante. Fue una jugada de riesgo, lo asumí desde el vamos, y sabía que iba a cosechar elogios y también rechazos. A algunos amigos míos no les gustó nada.

Bueno, no se puede hacer feliz a todo el mundo. El riesgo implica eso: saber que te pueden rechazar u objetar estéticamente, ¿no? «Eso no es poesía», pueden llegar a decir. Y bueno, que digan lo que quieran.

-Leemos al inicio en «Cuca´s Blues» «Mientras tanto/ una por una -y son/ centenares./ Una por una/ y-los desfiladeros/ de entrecasa/ superpoblados.// No arman fila india./ No trabajan,/ no amarrocan/ -como sus primas/ las hormigas.» ¿Qué significa para vos la cadencia que brinda la repetición en los versos?

-Un modo de preservar musicalidad. Ya que trabajé con materiales tan poco vistosos, de tan escaso prestigio literario, quería al menos que los poemas mantengan cierta secuencia rítmica dentro del verso libre.

-¿Con qué poéticas sentís que dialogaste mientras escribías La patada del chancho?

-Con todas las poéticas de la anti-lírica. Hablo de Francisco Gandolfo, Leónidas Lamborghini, Nicanor Parra, y muchos de mis contemporáneos. Pero a ese diálogo lo mantengo desde siempre, va y viene, no es privativo de este libro.

-¿Cuál ha sido la historia de «La pasión según San Puta»?, ¿recordás las circunstancias que te llevaron a escribirla?

-Sueños y recuerdos.

-A su vez, es un poema donde se entretejen dos voces, y dialogan, como si se hablase de obsesiones…

-…que se traducen en sueños y recuerdos. Un imaginario erótico y uno religioso. Da para sueños y pesadillas también.

-Según tu criterio Horacio, ¿qué poeta olvidado deberíamos vindicar con su lectura?, ¿por qué?

-Pienso en un platense, Juan Ramón Couchet, que murió en el 92, con un montón de pequeños libros publicados, y que por una cuestión de temperamento personal, nunca obtuvo, ni buscó, mayor difusión en vida. Couchet tenía un trabajo muy particular sobre sus textos.

Sus poemas siempre se arrinconaban en el ángulo inferior derecho de la página, y cada libro suyo tenía como una conclusión final. Era un raro de toda rareza. Hay una iniciativa en La Plata de publicar su obra reunida.

-Me gustaría tu opinión a cerca del léxico que utilizás. Su aparente coloquialidad: tu sintaxis. ¿Te preocupa el registro con que construís tus poemas? ¿Una palabra en desentono puede echar a  perder al poema?

-El registro siempre es resultado de lo que el poema propone o impone, aún antes de ser escrito, cuando todavía es un magma deforme en una mente en estado de alerta. A medida que vas soltando los primeros versos, y te das los primeros porrazos, vas descubriendo el camino que el propio poema te marca.

Como si el poema te dijera «es por allá» o «no, eso no, mejor otra cosa». Eso ocurre, al menos en mi caso, en los poemas largos, que suelen llevarme varios días, o semanas, incluso. Cuando una palabra desentona, es justamente porque el poema no la necesita, y te lo hace saber.

-Hacia el cierre del libro, con «Dos ensayos», llevás el poema a una zona de mayor reflexión, por lo tanto, mayor consciencia: «Cada cosa es lo que/ la cosa trae/ con ella. Cada cosa/ es la suma de/ cada cosa. La sombra de/ la carga: el peso.» ¿Te sigue preocupando el tema de lo irracional a la hora de abordar un nuevo poema?

-Los «Dos ensayos» surgieron del mismo mecanismo lúdico que está presente en todo el libro. La mente juega, con palabras y con ideas. Y ese es un poema delirante con ideas.

Cada uno sabrá cómo tomarlas. En cuanto a lo irracional que mencionás, está presente en la carga de repentización que suele atacarme cada tanto.

-La narratividad es otro de los elementos clave de tu propuesta.

-Sí. Muy matizada pero sí, está presente. Siempre me obsesiona que el poema narrativo siga siendo un poema y no una «prosa con enter».

-En tu obra como en la de pocos poetas, me parece hallar una carga del yo. No una carga ególatra, sino un peso específico del yo. ¿Cuál sería tu explicación en torno a tu yo lírico?

-Con mi «yo lírico» tenemos épocas. A veces está más presente, pero no veo, sinceramente, que ocupe mucha escena en lo que hago.

Puede ocurrir, sí, que el «yo» aparezca como un elemento más de un texto. Puede suceder que incluso en un poema «lírico» el «yo» no aparezca. Intento, sí, una poética personal que no está afiliada a ninguna corriente en particular.

Pero eso no habla de una gran «carga del yo» en el texto, sino de la forma que elegí para transitar mi camino.

-¿Creés que en tu poesía hay elementos morales?

-No sé. Eso tendría que ser elucidado por otra gente. Mi trabajo es escribir poemas.

-¿Qué importa más para un poeta en la actualidad?, ¿la vanidad o la modestia?

-Me basta con que les importe escribir bien.

Horacio Fiebelkorn

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