México City

Carlos Riccardo

 

 

Buenos Aires - 2016

62 páginas / 14 x 20

ISBN 978-987-3760-56-3

La noche es sofocante. Al abrir la puerta notas que las ventanas están cerradas, las persianas bajas y puestos los seguros. En el interior no se escuchan ruidos y el aire huele extrañamente; a pelo quemado. Te secas el sudor con el dorso de la mano. A pesar del encierro, la claridad de la calle se cuela por algún lugar inadvertido ya que alcanzas a ver, difusos pero vibrantes en la sombra el contorno de los muebles, las imperfecciones del piso y la puerta semi entornada de la habitación contigua. Caminas en esa dirección y te metes en la zona negra del cuarto. Adentro, el aire es más desagradable todavía. Intuyes el bulto de su cuerpo acurrucado en la cama. Te mueves despacio, tratando de no despertarla. Su alarido te hace retroceder de improviso varios pasos, a la vez que enciende, nerviosa, la lámpara de su mesa de luz. Tiene la cabeza afeitada. Al borde de la cama, esparcidos por el suelo, hay restos de cenizas y cabellos aún sin quemar. No habla. Trata de ocultar la cabeza entre sus manos. Tampoco te mira. Retrocedes unos metros hasta cruzar de nuevo el umbral de la puerta y salir del cuarto, sin darte vuelta, sin dejar de mirarla.
Laberinto del que no se sale por arriba, Postfacio por Reynaldo Jiménez

En ninguna parte se verificaría la condensación sensorial en unívoco sujeto conforme a los machacados efectos cohesivos de la autoproclamada normalidad. Se carecería de parámetro para tal magnitud escurridiza. Así lo enuncian al parecer las vertiginosas, tajantes páginas de Mexico city: la apertura de la tan aclamada conciencia, aquí no se produce armoniosamente sino en pasaje catártico por la “raja de los mundos”, sacudiéndose el sujeto al incubar su hiato discursivo, el interespacio/fuera-detiempo de su ruptura referencial.
La peculiar palpitación de esta paranarrativa trabaja el lenguaje en revulsivo andarivel, aplicándole la intermitencia del parpadeo —entre vigilia y sueño, entre delirio y vida diurna— adonde la singularidad de tan porosa deja de ser otra de tantas propiedades del sujeto socializado para devenir expansión envolvente y así trazar, vía rispidez, la insegura, acaso incómoda experiencia del des-sujetado. Pues trataríase, en efecto, de perder la forma: al ritmo de una acotación eternamente momentánea acerca del comprobado contraste existencial. Chiaroscuro cuya fuerza de compresión y arrastre deshilacha rehilando variaciones de situación cuya anécdota central descoloca planos y desde
simultáneas perspectivas planta, brava, la poética.
Y es que tactar tal contraste —entre la intimidad vulnerada por el mundo y el mundo que restalla transparentado en la farsa establecida de sus efectos de realidad— implicará, para aguzamiento de nuestras capacidades lectoras, evadirse del coto mental, cuando no del famoso mas infame “campo literario”. Del murallón de los lamentos y la farándula de las condescendencias, los renunciamientos espirituales en serie y la atroz distracción en los aturdimientos de la “política” con que nos aqueja la propia mentalidad dominante, tan promedio, casi a cada momento, salvo los permitidos recreos en la Producción (y la producción del Sentido), bajo el supuesto juicio o sentido común de algún regulador perceptual con su baremo de normalidad sintáxica. En lo inestable y frágil —paradójica potencia y fortaleza del ex-sujeto: y conste que hablamos de un estilo— ya no prima aquella tragedia redentora, de cabezas de hidra de ininterrumpida resucitación en sucesivas imposiciones de un sentido de realidad cooptado por sus variopintos realismos reiteradamente obligatorios.
Cualidad de comic nada cómico —excepto se comprenda que estamos tratando, a fin de cuentos, con uno de los cómicos de la lengua: gracia que no sería del orden previsible de lo congraciado, sino vertiéndose, o mejor aun derramándose del vaso literal. La asignación de trickster le podría caber al que se las juega por los laberintos de la entrelínea, entregado a lo abisal, desde el último peñasco de referencia en adelante, al borrar en su salto, inminente el despegue, no apenas la anécdota narrable sino la narratividad misma en lo que pudiese retener de hábito descriptivo según el modus vivendi de aquellos realismos, pues lo que atiende, permite atender, es la eficacia poemática. Una índole.
La lengua de Mexico city se afila en esa piedra angulosa del despeñadero de certezas, yéndose de párrafos por un textil de inscripciones que se desdoblan, por autopermiso de continuum, para despensarse, si se quiere, al puntiforme despellejar, ya ni sobria ni ebria (mas inebriante) pero probable alegoría sobre el trance. Trataríase sin embargo de un trans no certificador, pues, como en Rilke, la belleza sería “ese grado de lo terrible que todavía soportamos” —mientras el estilo consistiría en dejarse traspasar.
Escrito que supura, pletórico de pústulas y costras semántico-anímicas, elementos cortantes en relación a lo vincular. Instantáneas hiperrealistas con armas blancas y ese otro blancor, no menos hiriente, de incontables resacas y en estrato. Exactitudes prismáticas de circular inconclusión: al modo arbitrario de la realidad.
Con tal ambigua radiación de lo vivido, convulso fruto verbalescente o quizá jugo de avatar de un otro teatro de la crueldad, Mexico city nos devuelve a las posibilidades experiencialmente iniciáticas del fraseo. Al menos sabía que sólo se busca lo que en la búsqueda misma se pierde.
Reynaldo Jiménez 2016
Carlos Riccardo

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