Escribí los poemas de este libro entre 2014 y 2018. No tuve una intención clara antes de escribirlos. O lo de siempre: escribir para acercarme más y mejor a la vida. Después de cada encuentro con Natalia Romero y Alicia Genovese, que fueron las primeras en escucharlos, yo volvía con una pregunta: ¿estoy diciendo todo lo que quiero? Será una ilusión esto del decirlo todo pero qué haríamos sin ella. Ese deseo de libertad también surgió después de leer a Muriel Rukeyser.

En este sentido Piedra grande sin labrar, que da nombre al libro, es un poema especial. Al escribirlo tuve la sensación de que decía lo que tenía ganas de decir con un ritmo propio y sin ponerme en el medio. Con ese impulso volví, en ese poema y en otros, a imágenes que me acompañan desde chica: mi mamá poniendo la mesa, mi papá yendo y viniendo y los bares, mi adolescencia, el deseo, una mujer, otra, las amigas y los amigos, los ríos de Córdoba.

Paula Jiménez dice en el prólogo que la piedra grande sin labrar también es la vida cotidiana, cosa que me gusta mucho. Se habla a veces de la inutilidad de la poesía, pero yo necesité escribir estos poemas. Fueron años de querer irme corriendo de varias situaciones y los poemas me ayudaron a frenar, incluso a encontrar algo, no digo una revelación pero sí una punta de sentido en todo eso que viví. Lo que viví en ese día a día, que no es únicamente lo que vi sino lo que me acompañó cada día desde que salí de casa hasta que volví. Lo que me acompañó incluso cuando soñé. En los poemas quise trabajar con todo eso.

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